Delirium

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

¿Quieres ser Ricardo Darín?

La idea original era buena (o al menos ingeniosa): el recurso del cine dentro del cine en tono paródico (en la línea de ¿Quieres ser John Malkovich?, de Spike Jonze), un falso documental con la participación de reconocidas figuras de los medios (Susana Giménez, Diego Torres, Mónica Gutiérrez, Guillermo Andino, Germán Paoloski, Facundo Pastor, Juan Miceli, Cecilia Laratro, Sergio Lapegüe, Catalina Dlugi, Débora Pérez Volpin y Julio Bazán); y, sobre todo, la presencia de Ricardo Darín haciendo (y burlándose) de sí mismo.

Pero, más allá de los guiños cómplices, de los buenos elementos para el marketing, esta ópera prima de Carlos Kaimakamian Carrau (uno de los primeros egresados de la FUC) nunca toma altura. Es cierto que en su vuelo rasante mantiene un espíritu lúdico y desprejuiciado que se agradece, pero el film nunca funciona más allá de una medianía bastante pobretona, una acumulación de chistes y diálogos que generan una media sonrisa, pero jamás una carcajada.

El film arranca con tres antihéroes que bien podrían ser los de cualquier comedia indie (norte)americana del subgénero freaks/slackers/losers: tres amigos se reúnen en un bar para divagar entre cerveza y cerveza sobre la vida y lo mal que les va (cuando no están desempleados trabajan atendiendo un kiosco, repartiendo volantes o mangueando plata en un colectivo). Allí están Martín (Ramiro Archain), el “colgado”, el tímido patológico, el fan de Tolkien; Mariano (Emiliano Carrazzone), el “zarpado”, el mujeriego; y Federico (Miguel Di Lemme), el responsable, el centrado, en verdad un tipo común y corriente pero que al lado de los otros dos parece un genio.

El trío empieza a fantasear sobre cómo salir de la malaria y, a los pocos días, a Federico se le ocurre “la” idea: filmar una película de bajo presupuesto para recaudar mucho dinero ¿Con quién? Con Ricardo Darín, claro, que viene de hacer Taiko, una coproducción con Japón vista por 3.750.000 espectadores (más que Relatos salvajes, je).

La cuestión es que Darín confunde a Federico con el hijo de un conocido suyo y se suma a lo que cree será un cortometraje para una escuela de cine. Los tres patéticos protagonistas leen el libro Sos Spielberg en 10 lecciones porque no tienen la menor idea de cómo filmar una película (Ed Wood sería Martin Scorsese en la comparación) y allí empezarán los enredos y hasta las derivaciones policiales.

La película apuesta, por supuesto, al absurdo, pero ese tipo de comedia extrema y negrísima le queda siempre muy grande, demasiado incómoda, a la propuesta. Hay, por ejemplo, una larga secuencia en el INNCA (Instituto Nacional del Nuevo Cine Argentino), donde buscan apoyo para una ópera prima, pero el chiste (como otros) se agota a los pocos segundos y el resto es puro desperdicio.

Delirium funciona mejor en el papel que en la pantalla. Hay ideas, hay búsquedas, pero el resultado no es particularmente gracioso ni inspirado. No es una mala película e incluso hay algunos pasajes simpáticos y bastante entretenidos, pero se trata de un film menor con una figura mayor (un Darín con suficiente cancha como para zafar) de nuestra industria. En este sentido, habrá que ver si su sola presencia y un amplio lanzamiento a cargo de una representante local de las majors de Hollywood (UIP) alcanzan para conseguir otra vez un éxito masivo. Así, el sueño del pibe (o de los pibes) en la ficción se haría así realidad.