Puro rostro
"Delirium" muestra a tres amigos que quieren ganar plata filmando una película con Ricardo Darín. Este último es el principal gancho de una comedia flojita.
Cuando el cine quiere burlarse de sí mismo, parodiarse y sacarse las rígidas ataduras para mostrar sus laberintos, los resultados pueden ser dos: películas graciosas que logran una gran empatía, sobre todo con ese espectador asiduo a las salas; o bien un producto que se queda a mitad de camino, entre la intención original de reírse de las mañas de la industria y el tropezón de no saber cómo hacerlo bien. En este segundo grupo se ubica Delirium, película que juega con esa idea de llevar adelante un rodaje con una figura reconocida utilizando su nombre real. Y es aquí donde hay que mencionar a Ricardo Darín. La omnipresente estrella de la pantalla grande criolla hace de sí mismo y es casi el único gancho que tiene esta comedia, que en su hora y media no logra levantar demasiado las agujas de las sonrisas. La idea principal, sin embargo, prometía: tres amigos, jóvenes comunes de esta Argentina descreída, cada uno con características propias, divagan qué corno hacer para salir de la malaria. Hasta que a uno no se le ocurre mejor idea que rodar una película con un actor de renombre para ganar plata, aunque no tengan la más mínima idea de cómo realizar una filmación. Con este inicio la cosa pintaba, pero desde ese punto y hasta el final, Delirium se trastoca en una narración a la que no le alcanza un planteo original para atrapar al público.
Confusión. Darín accede a poner el rostro ante este trío de chantas, cuando confunde a uno de ellos con el hijo de una persona que conoce, y piensa que todo el desbarajuste se trata de un trabajo práctico para la escuela de cine. Queda demostrado que el talento y el oficio del actor lo hacen zafar a él de las dudas de la dirección, y también hacen zafar a Delirium de ser definitivamente una película aburrida.
“Sos Spielberg en 10 lecciones” es el material de referencia que utilizan los pibes en su locura para tratar de filmar, un ejemplo de que la apuesta de los realizadores apuntó derecho al absurdo e incluso en algunos segmentos a un humor bien negro. De todas formas, cuando parece que por momentos la historia levanta algo de vuelo, las actuaciones no acompañan para nada. Es bastante flojo el trabajo de los amigos, y la falencia se nota más a la par de un tipo con oficio como Ricardo Darín.
Párrafo aparte para el sinnúmero de cameos que van apareciendo, todos protagonizados por figuras de la televisión (la mayoría periodistas) y el mundo artístico, que constituyen después de Darín el otro gancho disfrutable. Por ahí van pasando Susana Giménez, Diego Torres, Mónica Gutiérrez, Guillermo Andino, Germán Paoloski, Facundo Pastor, Juan Miceli, Sergio Lapegüe, Catalina Dlugi, Débora Pérez Volpin y Julio Bazán, para aportarle a Delirium una gota más de lo que dicta su título. Más allá de todos estos rostros, se trata de una propuesta muy dispar como para gastar lo que sale hoy una entrada de cine.