En Delirium, ópera prima de Carlos Kaimakamian Carrau, hay al menos una idea interesante, un momento genial y un solo plano cinematográfico, que se parece muy vagamente a otro de Simplemente sangre, de los hermanos Coen. La nueva película con Ricardo Darín (quien hace de sí mismo junto a otras figuras de los medios) podría haber sido mejor si en vez de hacer lo que critica con socarronería, su director hubiera hecho lo contrario. Es decir, cine.
Federico (Miguel Di Lemme), Mariano (Emiliano Carrazzone) y Martin (Ramiro Archain) son tres amigos que están cansados de la vida que llevan. El primero trabaja en un kiosco, el segundo reparte volantes y el tercero es un lector de Tolkien medio flojo de papeles. Quieren ganar dinero pero no se les cae una idea.
Hasta que un buen día uno de ellos, Federico, ve un informativo que habla del último gran éxito de Ricardo Darín, una producción japonesa llamada Taiko. A Federico se le prende la lamparita y se le ocurre contratar al exitoso actor para hacer una película con la convicción de que eso le hará ganar mucho dinero.
El problema es cómo van a convencer a Darín de que acepte la oferta. Y es aquí donde queda planteado el tema de fondo del filme: ¿cómo filmar esa película en el caso de que Darín les dé el Ok? La misma pregunta que Carrau deja flotando en la ficción debería habérsela hecho antes de hacer Delirium, ya que está filmada como si se tratara de una publicidad de cerveza barata.
Una de las ideas que subyace en la cinta es que para empezar bien en el cine hay que hacerlo con pretensiones. Y una de esas pretensiones es que hay que filmar con estrellas, aunque no se tenga experiencia ni presupuesto. Pero esta idea aparece para plantear otra: hay que pensar en grande, pero una vez alcanzado el objetivo hay que destruirlo y superarlo. Derribar lo mainstream, lo canonizado, lo instituido. Hay que matar a los grandes y empezar de cero. Es en esa idea magnicida donde reside su punto fuerte.
El momento genial es cuando están en el bar y el actor mira con deseo a la moza que lo va acompañar en el rodaje, y le pregunta al trío dinámico cuántos años tiene la hermosa muchacha.
Delirium se enfrenta con una larga y demoledora tradición de películas que usan el recurso del cine dentro del cine. Y a pesar del embate que recibe tras meterse con lo metacinematográfico y lo autoparódico, Carrau encuentra una cierta irreverencia que hace que su primera película no llegue a ser mala.