Piedrazos a la estatua
Ricardo Darín se interpreta a sí mismo en esta comedia.
Cansados siempre de la misma vida, de la medianía del destino, tres jóvenes demasiado estereotipados: Mariano (Emiliano Carrazzone), seductor, decidido; Martín (Ramiro Archain), tímido, despistado, y Federico (Miguel Dileme), estratega, pragmático, se juntan en un bar y piensan la forma de “pegarla” y salir del pozo. ¿Cómo? Gestando una buena idea y llevándola a cabo. ¿Cuál? Hacer una película y convocar a Ricardo Darín para el protagónico. Nada fácil.
Copiarse de la vida real en base a una causalidad. Ir a lo seguro. A eso recurrió el realizador Carlos Kaimakamian Carrau en su opera prima, a quien el multipremiado actor lo conoce desde chico y, al saber que se dedicaría a la dirección cinematográfica, le prometió que cuando se recibiera... aceptaría trabajar con él. Ni lento ni perezoso, el realizador le acercó hace años un guión escrito para el protagonista de El secreto de sus ojos en donde Darín hace ¡de él mismo!
Con Delirium, el astro buscó desacralizarse, que lo bajen del pedestal. Para ello se prestó a una película que, paradójicamente si no fuese por su estela omnipresente, pasaría sin pena ni gloria por la cartelera local.
El filme se desarrolla tres meses antes de una Argentina apocalíptica, que se remonta al 2001-2002, como si nos hiciera falta acordarnos. La película tiene un peculiar efecto sandwich, los panes son las escenas de archivo, los registros en video de una guerra civil que se avecina ante un (desafortunado) bombardeo de los Estados Unidos en esta tierra. El relleno es Darín. Con una edición de imágenes de un videoclip amateur, hay varias apariciones de referentes de la comunicación que se preguntan “¿Dónde está Ricardo Darín?”. ¿Qué pasó? Durante el rodaje del filme ficticio, el actor pasa a mejor vida por una impericia que de tan absurda es infantil. Sólo había que hacerla un poquito creíble.
La figura maquiavélica y esa voz pseudo demoníaca de la recepcionista del INNCA (con una pizca del filme El abogado del diablo) ya marca el toque bizarro que busca la risa fácil, pero asusta de lo que busca escapar: la darindependencia. Como si fuese el 10 al que recurren todos los clubes, Delirium golpea el pasado musical de Darín y hasta se deja criticar (lo de la Negra Vernaci por radio, es genial).
Cuando Darín “desaparece”, el filme estalla y se debe cerrar rápido, de un portazo, pierde una brújula (que nunca encontró su Norte) y una serie de eventos caóticos reaccionan en cadena.
Se nota que Darín está más allá del bien y del mal, cede su talento para un proyecto que enmascara un amateurismo cinematográfico que no está tan alejado del resultado final de Delirium. Es como tirarle piedrazos a una estatua que no se inmuta ante estas situaciones de riesgo, es más, nos observa y devuelve su mejor sonrisa.