Demonio de medianoche es la típica película de terror clase B que se puede encontrar a menudo en el cable o en la programación de Netflix y por esos milagros inexplicables de la distribución argentina terminó en una sala de cine.
La premisa es la misma de siempre.
Unos chicos estúpidos invocan a modo de entretenimiento a una entidad maligna que luego los persigue para matarlos.
No deja de ser curioso en este caso que a ninguno de los 30 productores que reunió este proyecto (Cleopatra y Ben-Hur fueron gestadas por menos personas) se les cayera una idea decente para hacer algo interesante con esta premisa.
Ni siquiera un mínimo esfuerzo por evadir los lugares comunes en el argumento.
Los diálogos y las actuaciones son terribles y el film del director Travis Zarywni no presenta un espectáculo atractivo más allá de algunas secuencias con efectos especiales que están bien logradas.
La película es un refrito mediocre de centenares de propuestas similares que vimos en el pasado, donde todas la situaciones de suspenso se desarrollan de un modo predecible.
La misma premisa hace poco la pudimos ver en filmes superiores como Ouija (2014) y La posesión de Verónica (2017) que al menos ofrecían situaciones más intensas.
Lo único rescatable de esta producción, es justo destacarlo, son las presencias de Robert Englund y Lin Shaye (La noche del demonio), dos figuras famosas del género que al menos el director supo aprovechar.
Los artistas veteranos hacen posible con su trabajo que uno pueda llegar a completar los 95 minutos que dura este fiasco y ambos tienen sus momentos destacados.
Pese a todo, no es una razón lo suficientemente fuerte para pagar una entrada de cine.
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