Atrapados, con salida
Drama de denuncia sobre las condiciones en los manicomios.
Desbordar es un filme con las mejores intenciones, lo que no significa con los mejores resultados. Suele ocurrir: el deseo por declamar algo resiente a la obra artística portadora de ese mensaje. En este caso se trata de una denuncia contra la política de los manicomios. Más: sobre el concepto de qué es locura y quiénes están, estamos, locos.
El filme, de Alex Tossenberger, se basa en hechos reales: la creación de un taller de escritura, a fines de los ‘80, que les permitió a los internos del Borda dejar de ser cosificados y encontrar su subjetividad. Tres estudiantes de psicología aparecen al frente del proyecto, junto a pacientes muy queribles, trabajados por momentos desde el drama y, por otros, desde un humor casi paródico.
Los personajes, en general, son maniqueos. Como Monzón (Daniel Valenzuela), un enfermero siniestro y brutal, o el director del hospital, que impone métodos abusivos y fascistas. El maltrato, el sometimiento, la marginación, las violaciones y hasta el tráfico de órganos aparecerán como temas previsibles.
El guión les impone a ciertos actores un tipo de interpretación antigua y solemne, a la que suma una música que realza los momentos sentimentales. Manuel Callau y Fernán Mirás levantan al filme, pero en su tramo final: apenas 25 minutos de 110. Hacen de dos de los estudiantes, 20 años después, sin que la película cuide bien la continuidad de sus personajes.