Desbordar

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Atrapados, con salida

Drama de denuncia sobre las condiciones en los manicomios.

Desbordar es un filme con las mejores intenciones, lo que no significa con los mejores resultados. Suele ocurrir: el deseo por declamar algo resiente a la obra artística portadora de ese mensaje. En este caso se trata de una denuncia contra la política de los manicomios. Más: sobre el concepto de qué es locura y quiénes están, estamos, locos.

El filme, de Alex Tossenberger, se basa en hechos reales: la creación de un taller de escritura, a fines de los ‘80, que les permitió a los internos del Borda dejar de ser cosificados y encontrar su subjetividad. Tres estudiantes de psicología aparecen al frente del proyecto, junto a pacientes muy queribles, trabajados por momentos desde el drama y, por otros, desde un humor casi paródico.

Los personajes, en general, son maniqueos. Como Monzón (Daniel Valenzuela), un enfermero siniestro y brutal, o el director del hospital, que impone métodos abusivos y fascistas. El maltrato, el sometimiento, la marginación, las violaciones y hasta el tráfico de órganos aparecerán como temas previsibles.

El guión les impone a ciertos actores un tipo de interpretación antigua y solemne, a la que suma una música que realza los momentos sentimentales. Manuel Callau y Fernán Mirás levantan al filme, pero en su tramo final: apenas 25 minutos de 110. Hacen de dos de los estudiantes, 20 años después, sin que la película cuide bien la continuidad de sus personajes.