And in this place, can you reassure me
With a touch, a smile while the cradle’s burning
All the while the world is turning to noise
Oh the more that it’s surrounding us
The more that it destroys.
DESCONFIAR DE LAS IMÁGENES
Internet y el cine no son asunto, necesariamente, separado: sí delicado. Los avances tecnológicos, que sorprenden (y a veces, también, asustan) siempre amenazan con dejar la trama e incluso la estética de las películas en la obsolescencia. El antídoto, considero, consiste en encontrar algo esencial, imperecedero, que decir en torno a la manera en la que accedemos a la información; más concretamente -siendo que estamos hablando de cine- a las imágenes. Desconectada lo consigue y construye un thriller tenso, tensísimo, para cortar clavos, tan contemporáneo como clásico, en torno a una de las viejas obsesiones del cine: el uso de la imagen -aquella fuente de verdad tan aparentemente incontestable- para el ocultamiento y el engaño.
En la secuencia inicial, somos testigos de una escena familiar que, posteriormente (y sin entrar en mayores detalles) se revelará también como engaño o, por lo menos, como parcialidad: la pequeña June (Ava Zaria Lee) juega con su padre (Tim Griffin) mientras su madre (Nia Long) los filma con una cámara hogareña. Repentinamente, la nariz del padre empieza a sangrar y la escena se enrarece; intuimos que algo no anda bien y, sin concesiones, pasamos al presente del relato, en el cual una June adolescente (Storm Reid) tiene que afrontar la entrada de un nuevo amor en la vida de su mamá, el cálido Kevin (Ken Leung). Se sugiere el fallecimiento del padre y se introduce un elemento de tensión: la madre se va de vacaciones a Colombia con su nuevo novio y deja a June sola al cuidado de la casa, situación que está aprovechando para organizar una gran fiesta. Al principio, la situación parece propicia para distender el vínculo entre madre e hija pero, luego de un par de días de escuetos intercambios por mensaje de texto, June descubrirá algo alarmante: ni la madre ni el novio contestan sus mensajes. Unas pocas averiguaciones de por medio confirman lo más temidos: ambos han desaparecido.
A través de la intrigante premisa y de un contexto que parece todo lo desfavorable posible para la joven June, la adolescente intentará adelantarse a la burocracia policial usando todas las herramientas que una centennial con uso avezado de internet puede utilizar. June no abandonará su escritorio hasta el tercer acto pero la película es lo opuesto al estatismo: desde el teclado, June teje rápidamente puentes con Colombia a través de múltiples ventanas que configuran el cuadro como una sucesión de pantallas divididas, un estimulante ejercicio de montaje interno a medida que June desenmaraña una compleja trama en la cual las imágenes del viaje se revelan como una trompe l’oeil, un engaño a plena vista. ¿El antídoto? Cuestionar la autenticidad de todo lo que vemos, una tarea casi imposible en un mundo virtual atravesado por un torrente infinito de imágenes falsables.
De esta manera, lo que podría haber sido para la película una debilidad (la inevitable obsolescencia de la tecnología que se despliega en pantalla) se convierte en fortaleza: en un mundo en el cual una inteligencia artificial puede sobreimprimir la cara de una persona en otra, en el cual un delito filmado es objeto de incontables objeciones que ponen en duda su potencial probatorio, Desconectada nos advierte que, lejos de acercarnos más a la verdad, la proliferación de imágenes puede volvernos cada vez más ajenos a ella. Será necesario poner el cuerpo, de manera efectiva y simbólica, cuando la mente detrás de la desaparición se manifieste y ponga de cabeza todo aquello que venimos viendo porque Desconectada es, también, una reflexión sobre sí misma y sobre quienes estamos del otro lado, en el lugar de esas pantallas que observa la protagonista que nos está mirando también a nosotros; espectadores que queremos entregarnos y a la vez ganarle a los engaños del cine que -en su versión mejor- nos invita a estar activos.