Intriga berlinesa
Típico thriller de pistas falsas y cartas marcadas, Desconocido es una de esas películas que exigen una radical suspensión de la incredulidad. Pero la suspensión de la incredulidad no es algo que corresponda exigir. Si el espectador accede a ello, es por confiar en que a cambio le permitirán participar del juego. Y difícilmente una película que no asume su carácter lúdico lo haga. Algo así como una mala versión no acreditada de la reciente Agente Salt, Desconocido trabaja sobre presupuestos tan disparatados como los de aquélla. Pero lo hace queriendo reescribir a Rocambole con la seriedad de un tratado sobre la identidad humana, intentando disfrazarse de Hitchcock en el camino.
La tierra de perdición (de la identidad) no es esta vez el norte de Africa, como En manos del destino, o París, como Búsqueda frenética, de Polanski, sino una Berlín que más parece un infierno helado. Hasta allí llegan el eminente botánico Martin Harris (Liam Neeson) y su esposa Liz (la gracekelliana January Jones, esposa de Don Draper en la serie Mad Men). El para participar de una conferencia internacional de biotecnología, ella para acompañar al maridito. Hay un accidente, una confusión mental producto del shock, el trauma psicológico ocasionado por una esposa que dice no reconocer a su marido. Pero sí lo hace con un desconocido (Aidan Quinn), que asegura ser el verdadero Dr. Harris. Con el ego por el piso, Neeson intentará recuperar su cascoteada identidad, con ayuda de una solícita taxista que resulta ser refugiada bosnia (la alemanísima Diane Kruger) y de un detective local, ex agente de la Stasi tirando a depresivo (desde que se pegó un bigote en La caída, el suizo Bruno Ganz parecería representar lo alemán para Hollywood). Como un Orfeo sin su Eurídice, el héroe descubrirá que nadie de quienes lo rodean resulta ser quien él creía. Ni siquiera él.
Como en Agente Salt, hay una gran conspiración política detrás de todo esto. El magnicidio al que se aspira no es en esta ocasión el del mismísimo presidente de los Estados Unidos, sino el de un príncipe saudí “progresista” (¿?) que, en alianza con un científico alemán la mar de políticamente correcto, quiere detener el hambre de la humanidad mediante una nueva y “revolucionaria” clase de maíz. Los asesinos de elite no son esta vez autómatas a los que la URSS les haya lavado el cerebro, sino algo más tímido e impreciso: sobrevivientes de una organización secreta de la Segunda Guerra. Mientras que Agente Salt se asumía como ficción pulp, elevando a la enésima el componente folletinesco, la culposa Desconocido intenta disimularlo todo el tiempo, travistiéndose de seria. A esa seriedad inconveniente contribuye enormemente Liam Neeson. El realizador catalán emigrado Jaume Collet-Serra, que había hecho gala de ludismo gore en La casa de cera, da aquí un paso atrás. Con el gran Frank Langella desperdiciado en un papelito de cinco minutos, la rubia Jones justifica aquí, con su sosera, que en la serie de HBO Don Draper ande de cacería con cuanta pollera se le cruza.