Nunca es tarde
Descubriendo a mi hijo (Longing, 2017) llega desde Israel y nos regala una sentida historia sobre un padre que decide explorar la vida de su hijo, el cual nunca pudo conocer.
Descubriendo a mi hijo te sorprende y desarma. Ya desde los primeros minutos, donde Ariel (Shai Avivi) se entera que fue padre hace 19 años y hoy Adam, su hijo, falleció en un accidente, te moviliza y predispone a sensaciones por descubrir. A partir de allí, el hombre se sumerge en un viaje de exploración sobre las pasiones, los amores y las amistades del difunto. Lo valioso de un film así es que, tanto el público como el protagonista, van descubriendo a la par cómo era la vida del joven.
El camino de Ariel al tratar de indagar cada recoveco del alma de Adam no solo le permite desasnarse de los valores que el chico poseía. También, de manera inevitable, lo conduce a un rumbo donde el autodescubrimiento es, a ciencia cierta, el logro indirecto del protagonista. Ariel se involucra en la vida de su hijo al punto tal que piensa como él (o como se supone que pensaría), se enamora de lo que él estaba enamorado, se enoja con lo que él se enfadaba y sueña con los sueños que quizás Adam pretendía alcanzar.
Cada diálogo está muy bien cuidado y sortea cualquier tipo de flaqueza narrativa o interpretativa con escenas de progresiva intensidad. No es fácil para Ariel el viaje que está realizando y, por lo tanto, el camino que vamos haciendo junto a él. El hombre siente que el destino fue muy injusto con Adam y, a través de circunstancias donde comienza a predominar lo metafísico, vamos a sentir que, a lo largo del film, conocemos a su hijo.
En una película en donde reina el drama, muchas veces se generan desvaríos, baches o momentos en donde se pierde el interés. Descubriendo a mi hijo, lejos de esto, nos genera intriga desde la primera escena y nos va a enseñar que, si bien no se puede recuperar el tiempo perdido, se puede honrar el alma y también celebrar la vida y el amor.