Ariel (Shai Avivi) es un cincuentón próspero, dueño de una fábrica exitosa, soltero, sin hijos ni grandes apremios. Pero un encuentro con su novia de la juventud, a quien no ve hace 20 años, pondrá su vida patas para arriba: ella lo citó para confesarle que, cuando rompieron, estaba embarazada de un chico que acaba de morir en un accidente de tránsito.
Descubriendo a mi hijo narrará el viaje de Ariel a la ciudad natal de ese hijo para reconstruir las distintas facetas de ese joven al que nunca conoció. Lo hará a través del diálogo no sólo con su madre, sino también con su novia, sus amigos y sus profesores, en especial con una maestra de francés.
La presencia de esta profesora abre la primera de las subtramas del film. El hijo fue expulsado del colegio debido a una pintada con referencias sexuales hacia ella. Lejos de la burla o la agresión, lo hizo porque estaba profundamente enamorado. ¿Y ella de él? Durante su primer tercio, Ariel descubrirá que ese enamoramiento fue consecuencia de algunas actitudes de la profesora. La idea del amor prohibido da una pátina pecaminosa que, sin embargo, rápidamente se convertirá en un relato mucho más amable sobre el duelo.
Esto porque luego del asunto de la profesora vendrá una parte con eje en el intento de casar al hijo con otra chica muerta (¡!), y una tercera vinculada con su pasado. Son situaciones de índole y tonos muy distintos que impiden que el film fluya como un todo homogéneo. Los tres grandes bloques narrativos están hilados por el peso de la ausencia y logran conectar con la platea a través de la empatía de sus criaturas y un desenlace que apuesta por la esperanza y la luminosidad.