"Desde la oscuridad", un caso de terror que no da miedo ¿por qué?
Desde la oscuridad, la película de terror de la semana, limita su trama por intentar ser políticamente correcta.
Pese a la cantidad de leyendas y supersticiones que pueblan la imaginación popular de los distintos países de Latinoamérica, ni la literatura ni el cine han desarrollado en todas sus posibilidades el género del terror. Por ese motivo es lógico que se generen expectativas cuando se estrena una película como Desde la oscuridad, en la que no sólo la geografía sino también la mitología de Colombia forman parte del menú.
Lamentablemente el entusiasmo dura una sola escena. La primera. Si mantuviese hasta el final la calidad y la tensión de esos minutos iniciales, sin dudas estaríamos hablando de una obra maestra. Pero el director barcelonés Lluís Quílez entrega rápido las armas de su talento a un relato tan convencional y previsible que incluso el gran Stephen Rea cae víctima de la abulia.
Con fondo de vegetación tropical, lo que cuenta es la típica historia de la casa embrujada. Un joven matrimonio con una hija pequeña llegan a una ciudad colombiana donde el padre de la mujer tiene una fábrica de papel. Ella (Julia Stiles) debe hacerse cargo de la dirección de la empresa, mientras que su esposo y su hijita se quedan en la mansión en medio de la selva.
La ciudad tiene una leyenda negra de los tiempos de la conquista, leyenda que a su vez solapa a una tragedia más reciente, más prosaica y más capitalista. Ambas implican la muerte masiva de niños. Por eso la nena resulta ser la víctima ideal, de acuerdo con ese manual de psicología de fantasmas del que todos los cineastas de terror parecen tener una fotocopia.
Quílez y sus perezosos guionistas desaprovechan la ocasión de explotar en términos cinematográficos la convergencia de dos épocas distintas y de tejer en una misma trama tensa la crueldad histórica (ya vuelta folklore y mitología) con la no menos cruel actualidad.
Prefieren atenerse a una insulsa progresión del suspenso, no entendido como la sustancia narrativa del misterio, sino como la gradual resolución de un enigma que, por supuesto, termina siendo si no decepcionante al menos demasiado políticamente correcto. Un tipo de corrección que el buen cine de terror nunca se permitiría.