Una de terror genérica
La muerte de Wes Craven el pasado 30 de agosto, tan cercana al estreno de Desde la oscuridad y otras cuestionables películas de terror que se vienen en septiembre es una especie de insulto. Sin dudas debería existir un Barrionuevo que nos dijera que todo se solucionaría si dejamos de hacer películas de terror tan pecho frío por dos años. Quizás Craven era ese Barrionuevo.
Muchas veces hablamos de la factura televisiva de ciertas producciones como sinónimo de lo berreta. Es un poco injusto si pensamos que la televisión norteamericana, por ejemplo, le dio el gran impulso al auge global de las series, último refugio de la mejor ficción. Pero no es tan injusto si pensamos en cualquier tira diaria de Suar, por no hablar de Telefé. Ajustemos la definición: la peor factura televisiva es aquella que roza apenas la superficie de lo que está contando, abusa del lugar común y carece de los recursos técnicos mínimos como para que lo que cuenta tenga cierto nivel de verosimilitud. Es decir, la materia de la cual está hecha Desde la oscuridad.
La pareja de Sara (Julia Stiles) y Paul (Scott Speedman) junto con su hija Hannah (Pixie Davies) se van a vivir a Santa Clara, Colombia, donde el padre de Sara, Jordan (Stephen Rea), dirige una fábrica de papel. Hay un par de oscuros secretos del pasado que se manifiestan en forma de fantasmas que por supuesto se la van agarrar con la pequeña Hannah. Lo importante es que desde el principio veremos la clásica mirada políticamente correcta, progresista y paternalista sobre la sociedad de Santa Clara. Hay un sesgo ideológico hollywoodense fuertísimo y casi inconsciente a la hora de mirar Latinoamérica. Esto que es casi una obviedad lo subrayamos porque en Desde la oscuridad se ve claramente. También digamos que la película, con todas sus gigantescas limitaciones, condena los desastres que el hombre blanco civilizado ha hecho casi sin detenerse desde la época de la conquista hasta nuestros días.
Esta película dirigida por Lluís Quílez no es absolutamente insoportable, sólo que su desarrollo es como ir a hacer el cambio de domicilio: es rápido pero igual molesta. Y aunque a esta altura de la historia de la humanidad sea absurdo hablar de originalidad y sorpresas a la hora de narrar, Desde la oscuridad erige su edificio enclenque desde un guión esquelético y genérico. Como si lo hubieran copiado de algún esquema de un manual de guión y le hubieran cambiado los nombres.
Así y todo, no podemos negar que Quílez logra cierto ritmo que se sostiene, y que algunas actuaciones, aunque igual de genéricas que el guión, son sólidas. Hablamos específicamente de Rea, un buen actor con cierto carisma seco, y Stiles con una solidez de manual. Speedman demuestra lo mismo que en la saga de Inframundo: debió dedicarse a cualquier otra cosa que nada tuviera que ver con la actuación.
Y para el final, lo de siempre, lo normal: hay que resolver el nudo traumático del pasado para que los fantasmas colombianos no nos maten a todos. En el medio nosotros, espectadores aburridos y medio cansados descubrimos que la globalización nos llevó puestos. Todo muy triste.