El realizador de la trilogía “El señor de los anillos” (2001/2003) y “King Kong” (2005) regresa a la pantalla grande con la adaptación de la novela 'The Lovely Bones' entre dudas, polémicas y decepciones. Además, reflota la histórica disputa entre el traspaso de obras literarias al mundo cinematográfico.
Se había suscitado gran interés por la siguiente película de Peter Jackson tras el éxito de los dos títulos antes citados.
Curiosamente la elegida ha sido una producción de menor envergadura que las mencionadas superproducciones: “Desde mi cielo” es una adaptación de la novela homónima de Alice Sebold, la cual él mismo había adquirido los derechos.
Esta realización ha sido encarada con el relato en primera persona de una chica muerta. Asesinada a los 14 años, Susie Salmon cuenta desde su cielo cómo se las arreglan sus seres queridos para seguir adelante tras su muerte.
Susie observa y describe desde ese “espacio intermedio” las vidas de aquellos a los que dejó atrás: su familia, un amigo que pudo haber sido su primer novio y a su asesino, el señor George Harvey.
Ante las exitosísimas adaptaciones de la trilogía de “El señor de los anillos'” se pensó que Peter Jackson era el indicado para encarar la de esta novela. Porque éste realizador es altamente reconocido por llevar al cine libros que nadie se había animado adaptar (tal es el caso de los de Tolkien) y porque ya había triunfado en retos similares.
Indudablemente, Jackson tuvo que enfrentarse a un desafío común a casi toda adaptación. Porque como es sabido, la literatura tiene su mundo y sus reglas, y el arte cinematográfico tiene las suyas.
En principio, de por sí el traspaso de obras literarias a la pantalla grande tiene una cierta “desventaja”. Lo que la letra impresa provoca en el lector (la famosa e inmensa imaginación literaria) puede ser muy distinta a la de quien emprenda el proceso de traspaso al audiovisual.
Las percepciones del mundo recreado pueden ser muy distintas a las expectativas, por ende, puede llegar a perder la expresividad pretendida.
Obviamente esto puede resultar de manera contraria y colmar las expectativas de los lectores (ahora espectadores), tal como lo logró el mismo Jackson con la compleja obra de J.R. Tolkien.
Sin embargo, algo falló en esta trasposición. Lógicamente, una adaptación no debe ser fiel a la obra original, pero Jackson no pudo afianzar narrativamente los aspectos que más le interesaban de la novela de Alice Sebold.
En el inevitable proceso de suprimir elementos del libro, Jackson recortó sobre el complejo mundo de Susie y lo expone a una mera descripción del espacio intermedio (su cielo) en el que ella se encuentra y desde donde narra su historia.
La eliminación de varios pasajes y temas de la novela, tales como la lenta y cruel descomposición familiar, la terrible comprobación de que el mundo seguirá su curso sin ella y el temor a ser olvidada, son descartados por el realizador. Y es justamente donde el libro toma vuelo.
Esta omisión de Peter Jackson y su enfoque en otros recovecos narrativos provocan que la narración no se defina ni por el drama familiar ni por el thriller de suspenso.
Este vaivén hace que “Desde mi cielo” navegue por mensajes y recursos sentimentales aleccionadores sobre la vida y la muerte que no generan ningún tipo de interés ni tensión narrativa.
La extraña condensación argumental de Peter Jackson hace que la película se enfoque en las partes menos nutritivas de la novela, naufragando en instantes seudo-religiosos carecientes de valores cinematográficos.
Además, más allá de las discrepancias estéticas en la manera en que el director de “King Kong” representa el cielo de Susie, esta obra cae en ciertos baches narrativos desde el mismo instante en que se comete el asesinato de la protagonista.
Cuando muere Susie, muere la película. Justamente, todo lo contrario de lo que sucede en la novela, cuando en realidad la muerte de ella es el viaje iniciático a una nueva “vida”.
En conclusión, digamos que la excelente adaptación de Jackson de “El señor de los anillos” no la repitió en “Desde mi cielo”.
Sin duda, este tropiezo del realizador es una buena manera de entender que las trasposiciones literarias tienen su secreto y no siempre pueden alcanzar la efectividad lograda en el universo literario como en el mundo del llamado séptimo arte.