Un paraíso para niños maltratados
El nuevo film del director de El señor de los anillos parte de un crimen para sumergirse en un mundo imaginario y hacer agua por todos lados. Desde el limbo, la protagonista observa a quienes la sobreviven, mientras recuerda las circunstancias en que fue asesinada.
Parecía absolutamente lógico que fueran Peter Jackson y su compañera, coproductora y coguionista Fran Walsh quienes tomaran a su cargo –junto con la también coproductora Philippa Boyens– la traslación cinematográfica de The Lovely Bones, novela publicada años atrás y considerada infilmable. Es que, tal como se anuncia desde la primera línea, Susie, su protagonista y narradora... está muerta. Desde un limbo en el que espera turno para llegar al cielo, observa a quienes la sobreviven, mientras recuerda las circunstancias en que fue asesinada. Un crimen abominable y un mundo imaginario y paralelo: ¿The Lovely Bones no podría ser vista acaso como paráfrasis de Criaturas celestiales, la película que, tres lustros atrás, representó el acceso definitivo de Jackson a la primera división cinematográfica? Pero esta vez algo falló y lo que había sido un triunfo rotundo se trocó en estentóreo fracaso artístico. La pregunta es, entonces, qué falló y por qué.
“Me llamo Salmon, como el pez”, informa de entrada Susie (Saoirse Ronan, la chica pelirroja de Expiación, deseo y pecado, que es por lejos lo mejor de la película). “Tenía catorce años cuando me asesinaron, el 6 de diciembre de 1973.” Hasta el momento del crimen, Desde mi cielo (título que respeta el de la edición de la novela en castellano) narra la vida familiar de los Salmon, núcleo que se completa con papá Jack (Mark Wahlberg), mamá Abigail (Rachel Weisz), abuela Lynn (Susan Sarandon) y la hermana mayor y el hermano menor de Susie. A partir de ese momento nodal, el relato alternará –como lo hacía Criaturas celestiales– entre “la vida en la Tierra”, que tiene por ejes la investigación policial y el duelo familiar, y la de Susie en el limbo, zona que puede verse como proyección de sus fantasías. En Criaturas celestiales, ambos planos del relato aparecían dramáticamente justificados, y su choque no hacía más que enriquecerlo mutuamente. Todo lo contrario de lo que sucede aquí.
Por un lado, la “normalidad” a toda prueba de los Salmon les quita todo relieve o interés dramático, haciendo de toda la primera parte de la película una zona preparatoria de alguna otra cosa. Nominado al Oscar y caracterizado de un modo que recuerda al Francella de El secreto de sus ojos (rubio, de anteojos, a medio camino entre la timidez y la cortesía), algo más de color tiene, como es lógico, el vecino freak, al que Stanley Tucci le otorga una preocupante sonrisa. Pero Jackson parece conformarse con la mera máscara, como si ni se le hubiera cruzado por la cabeza la posibilidad de raspar detrás de ella, para ver qué hay. Lo mismo sucede con la abuela Sarandon, caricatura que en un breve clip humorístico luce una excentricidad de spray, whisky y cigarrillo en mano que la hace aparecer como escapada de una publicidad veraniega.
Finalizado el clip, Sarandon da las hurras y se va, devolviendo la película a la solemnidad y el sobrepeso que la hunden. Sabiéndose desde el comienzo quién es el abusador y asesino de Susie, la investigación policial (a cargo de Michael Imperioli, el Christopher Moltisanti de Los Soprano) tiene el solo interés de saber si atraparán o no al vecino raro. Se supone que a esta falta de interés narrativo (que hace quedar las abundantes referencias al aeromodelismo como signos sin significante) debería oponérsele aquello que constituiría el corazón del relato, su verdadera fuente de atractivo, lo que le da título: el mundo interior de la niña tronchada, representado por esa dimensión intermedia a la que ha ido a parar. Frustración mayor de Desde mi cielo: aun aceptando la idea cuasi medieval de que existiría un paraíso para niños maltratados, más difícil de hacer pasar se torna la forma que el realizador de la tal vez sobrevalorada trilogía de los anillos ha querido dar a ese cielo.
Como ya sucedió en casos similares –en Más allá de los sueños, 1998, y La fuente de la vida, 2006, por citar un par de ejemplos–, el onirismo kitsch-digital de Desde mi cielo, lleno de tonos saturados y vaporosos, de surrealismo de libro de mesa, de baladas new age más propias de Celine Dion que del austero minimalismo que siempre caracterizó a Brian Eno (responsable de la banda de sonido), hace pensar que Jackson habrá avizorado en ese cielo un campo de juegos para desplegar una imaginería que convierte en trencito de juguete lo que debería ser relato cinematográfico. No es la primera vez que el realizador de King Kong rinde culto a ese altar sintético. Algo parecido ocurrió en su primera película en Hollywood, la comedia de fantasmas Muertos de miedo (The Frighteners, 1996). Pero en aquella ocasión el espíritu lúdico, la energía narrativa y furor inventivo compensaban el desborde de efectos especiales, y aquí parecería no quedar nada pero nada de todo eso.