Erotismo que patina
Varias décadas atrás la sociedad Armando Bo + Isabel Sarli calentaba la pantalla grande de un cine nacional que había profundizado poco en el cine erótico. La voluptuosidad de la Coca combinado con lo mal que la pasaba a costa de parejas golpeadoras, jefes explotadores e incluso la mitológica criatura misionera conocida como el Pombero, marcaron a fuego la experiencia de nuestro cine dentro del género.
Diego Kaplan ya nos había hablado sobre temáticas relacionadas con el deseo, el sexo y la pareja en Dos más Dos (2012), pero en un tono mucho más cercano a la comedia. Esta vez no se contuvo en lo absoluto y nos entrega un relato tan fallido como desenfrenado en Desearás al Hombre de tu Hermana (2017), la historia de dos hermanas marcadas por las perversiones propias y ajenas respecto de los tabúes del sexo.
Lucía (Mónica Antonópulos) recibe la visita sorpresa de su hermana Ofelia (Carolina “Pampita” Ardohain) mientras festeja su casamiento con Juan (Juan Sorini). Pasó mucho tiempo desde que las hermanas estuvieron bajo el mismo techo, y conforme avanzan los días posteriores a la boda, Juan se obsesiona más y más con Ofelia, al mismo tiempo que va conociendo las historias de las primeras experiencias sexuales de las hermanas y sus parejas durante la adolescencia. Como ya apreciamos en el título del film, la tentación entre cuñados irá in crescendo, amenazando con destruir la tensa armonía familiar.
La primera cuestión que hace ruido en Desearás… es el tono. El universo creado por Kaplan parece tambalearse constantemente entre lo erótico y el ridículo. Durante varias secuencias, como espectadores se nos dificulta discernir si estamos ante una situación estimulante o que simplemente busca la comicidad desde el absurdo.
Todo transcurre en la casa familiar, componiendo un espacio ficcional que no hace más que sumar confusión a la hora de construir un ya complicado verosímil: está cerca de la frontera con Brasil, en medio de la selva, pero también con salida al mar… En fin, un no-lugar que desorienta más de lo que suma.
Este problema de tono impacta también en la performance de los actores, sobre todo en el trabajo de Sorini, cuyo personaje parece sintonizar al mismo tiempo la quintaescencia de los hombres de Armando Bo y los personajes más psicodélicos de Diego Capusotto. Pampita pone en evidencia su belleza en pantalla, aunque interpretativamente le quede mucho camino por recorrer. Andrea Frigerio parece ser la única que se divierte, en el papel de una madre desinhibida en clave MILF. De manera inexplicable todos atraviesan su etapa de “castellano neutro” en alguna que otra escena, sin justificación aparente.
Sin duda el diseño de arte, que emula el fin de la década del ‘60 e inicios del ’70, es de los puntos altos de la producción, con un espacio hogareño que -amén de su polémica ubicación geográfica- toma la circularidad como motivo para construir lugares en torno a los personajes y sus características.
Se festeja el hecho de ver plasmado en un film nacional matices de la exploración sexual femenina y la conformación de su imaginario, cuestiones mayoritariamente desplazadas de nuestro cine comercial. Para quienes prefieren ver el vaso medio lleno, lo mejor que podemos decir es que esto podría ser una apuesta a futuro para el género erótico local, pero todavía queda un camino largo y duro…