Algo del orden de lo incomprensible respecto de esta producción nacional es la calificación que le ha otorgado el ente nacional encargado de esos menesteres, en realidad de eso se trata todo esto, pero vayamos desandando el camino.
El arte tiene como una de sus variables más conspicuas la transgresión, casi como inherente a él mismo, pero nunca puede la violación de lo establecido como socialmente aceptado estar atravesado por el mal gusto, lo promiscuo, lo escatológico, para presentarse como revolucionario. Incomodo para lo estandarizado, es posible, pero necesariamente, y como condición “sine qua non”, bien realizado.
Algo mal construido, mal desarrollado, con un guión que transita de lo paupérrimo a la estupidez nunca podría ser considerado, a mi entender, como “arte”, salvo para aquellos que por snobismo o propia deficiencia intelectual, equiparada a la baja autoestima disfrazada de megalomanía.
El filme dirigido por Diego Kaplan, el mismo de “Igualita a mi” (2010) y “Sabes nadar” (2002), arremete con algo que no llega, por lo desastroso que es todo, a poder clasificarse. Es una producción ¿erótica?, ¿porno soft?, ¿un melodrama? Lo que mejor la definiría, sin completarla, sería que estamos frente a un culebrón televisivo cual telenovela berreta muy subida de tono, con penes, pechos, e insinuaciones varias de actos sexuales. ¡¡¡Ufff!!!!
Lucía (Monica Antonopulos) y Ofelia (Carolina Ardohain) son hermanas, la rivalidad impuesta se vio incrementada a fuerza de la crianza establecida por Carmen (Andrea Frigerio), madre de ambas. Familia de clase alta transitando en los años de las décadas del ’50, ‘60 y ‘70, con la libertad sexual y el movimiento hippie en auge.
La narración abre supuestamente a finales de los años ’50. Dos niñas, la mayor, Ofelia de sólo 7 años, se masturba mirando un western, una serie de televisión yankee. Y aquí no tienen ninguna culpa ni los productores de la serie, ni el vaquero cabalgando, y menos aun los indios.
Mediante saltos temporales constantes se va a detallar la relación casi simbiótica entre ambas. Es el día de la boda de Lucía y Juan (Juan Sorini), su novio desde hace cuatro años. Ella es en la actualidad una cantante llegando a la fama, esto no se explica ni se justifica al escucharla cantar, ni por el cómo ni por el por qué.
Carmen decide, a pesar de la negativa de su hija menor, invitar a su otra hija, (aunque la sinopsis diga lo inverso). Es su deseo. y siempre es el de ella, instalar un coto a la competencia entre sus hijas, que llevan siete años sin comunicarse entre si. Ofelia llega al casamiento acompañada por Andrés (Guillerme Winter), ambos viven en el Mato Grosso, Brasil.
A partir del primer contacto visual cruzado de las parejas todo comienza a transitar por la historia anterior de ambas, lo que debería ser el dolo de la simbiosis es en realidad una excusa bastante más que tonta, remanida, e instalada de manera muy torpe.
Nada salva la producción, empezando por el guión en tanto relato, pero lo peor en este caso son los diálogos, continuando por la banda de sonido Si la idea es instalar a Antonopulos como futura cantante, los temas elegidos son del mismo nivel que todo lo que lo rodea, son de valorización actual, la decadencia de la cultura de manera enfática, no de los años ‘70 donde se imponía el rock nacional con músicos y grupos de la talla de Luis Alberto Spinetta, León Gieco, Pedro y Pablo, Sui Generis, Lito Nebbia, entre muchos otros, pero no.
Y si algo podría sostener un poco, aunque sea un poco, todo este zafarrancho, eran las actuaciones, sin embargo son de lo peor de toda la producción, tampoco podrían definirse como performances histriónicas sin agredir a la profesión del actor. Las mujeres, sólo cuerpos esculturales paseándose frente a la cámara, diciendo sandeces, sensaciones y registros cero, los hombres son casi una incógnita, ¿de donde los trajeron?
Si alguna vez ven algo peor en tanto actuación por favor avisen, aunque es sabido que en cine depende mucho, no todo, claro, de la mano del director. Juan Sorini, ex rugbier, modelo queriendo ser actor transita paseando su cuerpo y su rostro tal galán (en gusto no hay nada escrito), a veces payasescamente, denota nada, y Guillerme Winter, conocido por personificar, bueno, es una forma de decir, a Moisés en la telenovela de origen brasileño, si fuese yankee con esta performance haría honor al apellido, en un filme que se tilda de caliente.
Sin embargo la realización posee en su haber un buen montaje, una buena recreación de época, en tanto escenografía y vestuario, todo transcurre mayormente en la mansión de las mujeres.
Todo esto realizado con la mayor seriedad, creyéndose estar rebelando una incomodidad, una ruptura estético-narrativa dentro de la historia del cine argentino, al menos. Allá ellos.
El espectador, sufriente primero, sobre la mitad de la proyección comienza a reírse del cúmulo de torpezas que se van presentando.
Tomando como punto de partida el titulo, tratando de transgredir el séptimo mandamiento, según la religión cristiana, “No desearas la mujer de tu prójimo”, pero llegaron tarde, hoy en día podría inscribirse como “No desearas la mujer de tu prójimo, ni a tu prójimo”.
Mónica Antonopulos se mostró furiosa en los medios por la calificación del filme como sólo apto para mayores de 18 años, y tiene razón, debería ser para mayores de 118 años, Nabi Tajima, japonesa ella, la persona mas vieja del mundo, tiene 117 años.