Entre Armando Bo y el primer Almodóvar.
Aliada de todo lo que sea bastardo e imperfecto, la película de Kaplan busca el absurdo, roza lo tabú, abraza lo camp y lo trash, choca con un par de momentos de resuelto feísmo y obliga a Pampita a sufrir hasta llegar incluso a un momento extremo.
Desearás al hombre de tu hermana es un sorpresón. Primera película con Pampita, uno se imagina un vehículo de lucimiento a su servicio, con mucha sonrisa de aviso y de Showmatch, y sólo el centimetraje de piel al aire que se requiere para ratonear. Ni un centímetro más. Eso, y después la vuelta conservadora a la “normalidad” social y sexual. Uno se imagina eso y se encuentra con un mundo de padres suicidas y madres tan hormonales como adolescentes. De niñas que tienen su primer orgasmo, de adolescentes que practican fellatios con furor, de mujeres que tienen sueños húmedos con el cuñado. Se le suele reprochar al cine argentino que le falta sexo. Bueno, acá está todo. Y todo en un tono de parodia que no hace más que enrarecer las cosas. Al punto de “ensuciar”, tal vez, el rendimiento comercial de la película.
Razón por la cual debe aplaudirse la valentía no sólo del realizador, sino de los productores. Por un lado, puede ser que el público más “de culto”, al que la película parece más específicamente destinada, no se entere de ello. Por otro, el público que consume diariamente a Pampita en Showmatch podría verse literalmente manchado por ciertos fluidos corporales que en alguna escena se usan como arma. Finalmente, el viejo “valijero” de los años 60 y 70, que iba a ver comedias eróticas para autosatisfacerse, puede llegar a sentirse llamado de nuevo a la acción por algunas escenas de Desearás, que parafrasean aquellas películas. Pero se le enfriarán las manos cuando la cosa derive hacia un melodrama casi de tragedia griega.
Toda esta deformidad (para usar un término tan del gusto del mundo pararrocker, que aquí aplica por completo) tiene un responsable, y ese responsable se llama Diego Kaplan. Dueño de una obra escueta (ésta es su cuarta película en quince años), Kaplan debutó con una comedia grupal vívida y desprolijona (Sabés nadar, 2002) y después de un largo hiato volvió con dos comedias filmadas para la major Patagonik, ambas protagonizadas por Adrián Suar. Una suerte de sitcom familiar, narrada con gracia, timing y savoir faire (Igualita a mí, 2010) y una comedia sexual que a esas virtudes sumaba cierto grado de incomodidad (2 + 2, 2012). Imposible saber cuánto del guión original escrito por Erika Halvorsen y Alex Kahanoff (uno de los productores) quedó en el resultado final de Desearás, pero da toda la sensación de que Kaplan se ocupó de llevar las cosas hasta un extremo en el que ya están casi a punto de estallar. Casi. Que la novela transcurra en 1970 (la película se basa en una novela escrita por Halvorsen) da pie a que los diseñadores (de producción, de escenografía, de vestuario, de música) se hagan una verdadera panzada de interiores de época, camisas floreadas asomando por fuera de las solapas del saco, vestiditos con dibujos psicodélicos, patillas, bigotes, mucho rimmel y temas del cancionero más grasún de aquellos años.
La familia protagónica no es una muy normal. O tal vez las familias “normales” sean así, y esa sería entonces una de las apuestas más provocativas de Desearás. Papá se suicidó cuando las nenas eran chicas, mamá empezó a darle pastillas a una de ellas cuando tuvo su primer orgasmo, mientras cabalgaba sobre una almohada (¡mientras veía un western en blanco y negro por la tele!) y de grandes Ofelia (Pampita, o pongámosle Carolina Ardohain, de morocha) y Lucía (Mónica Antonópulos, de rubia) son las peores enemigas. Lucía va a celebrar su casamiento en el caserón estilo años 60 que la familia tiene en algún balneario, y Ofelia llega con su prometido brasileño (el excelente Guillherme Winter, del novelón Moisés y los diez mandamientos), ¡cabalgando desde la frontera brasileña! Ofelia, a quien Lucía siempre envidió, va a ejercer sobre su cuñado el mismo efecto que la miel sobre las moscas, y todo se teñirá de fantasías, símbolos eróticos chabacanos, deseos pugnando por asomar de shortcitos apretados, siestas interrumpidas por visitas sorpresivas y morochones de miembros al aire.
Decididamente aliada de todo lo que sea bastardo e imperfecto, Desearás busca el absurdo, roza lo tabú, abraza lo camp y lo trash, choca con un par de momentos de resuelto feísmo, obliga a Pampita a sufrir, a llorar, a llegar hasta un momento extremo incluso, mientras Andrea Frigerio lo tiene más fácil, como mamá tilinga, narcisista y cachonda. En un par de escenas (la larga cabalgata inicial, con muchos saltos sobre el caballo, y una sesión de buceo con una bikini un poco holgada), Kaplan parece jugar con Ardohain a Armando Bó filmando a la Sarli, mientras que el concepto y tono generales de la película remedan más bien al Almodóvar de los comienzos. Desearás al hombre de tu hermano podría ser una gran película si todo lo que el realizador se planteó lograr hubiera funcionado, pero eso no sucede. Así como los besos en primer plano en lugar de calenturientos resultan inertes, todo el desvío final al melodrama no es logrado como tal, porque la película no parece preparada para ello. Aun así, tal como está, Desearás es sin duda una de las películas argentinas más jugadas y sorprendentes del año y merece verse, aunque más no sea como curiosidad.