Es casi imposible no pensar a Trash como una hija bastarda entre Slumdog Millionaire y la excelente Cidade de Deus de Fernando Meirelles, otro director que como Stephen Daldry perdió el rumbo con la insoportable historia coral 360. En ese sentido, Trash tiene lo mejor y peor de ambos exponentes en una combinación que se deja ver.
Trash no funciona del todo porque nunca encuentra un tono al cual adecuarse. Lo que comienza como un drama con cara social termina mezcándose con una aventura juvenil, sin terminar de apoyarse en un costado u en otro. Dentro del guión de Richard Curtis -que sorprendió en 2013 con la brillante About Time- hay golpes bajísimos y un ánimo de denuncia muy superficial, demasiado fácil y amable, que parece sentida pero no lo es. Es comida rápida para la platea que se emociona hasta las lágrimas con la injusticia y la esperanza de los protagonistas. Asimismo, los personajes secundarios, esos actores de renombre que carga el poster de la película, están pintados al óleo. Martin Sheen y Rooney Mara son nombres que atraen y enmarcan la trama, pero que son prácticamente inoperantes al lado del trío protagonista, que se lleva todas las miradas.
Estos chicos mugrosos, andrajosos y esmirriados transmiten un realismo atroz y es facilísimo conectar con ellos por las maravillosas interpretaciones que insuflan a la trama con corazón y alma. Daldry sabe como dirigir a la juventud -hay que remitirse nomás a Billy Elliot y ya- y les saca todo el jugo, amén de una dirección bastante correcta y una fotografía vistosa, que destaca el inframundo del basurero y las favelas de Brasil, y la gran vida de los ricos de la ciudad, en un contraste pasmoso pero necesario. Lamento mucho que haya decisiones que afecten a la fluidez de la trama, como esos cortes a un video confesional que le quita un poco de suspenso a la historia, y que el último tramo sea tan asquerosamente optimista y el espectador deba someterse al abandono total de la credulidad para poder disfrutar completamente del desenlace que propone el film.