Pobre sobre la pobreza
Hay una tendencia muy progre en el mundo de los escribas del cine, de andar señalando toda película que retrate el mundo de la pobreza con cierta irrespetuosidad -como en este caso- y tildarla de miserabilista o el apelativo que suene más fuerte para decir que el otro es un ruin y uno, un buen tipo. Lo que no se hace, en ocasiones, es tratar de observar los niveles que reflexión y lectura que aporta la obra concretamente: Trash: desechos y esperanza es sí una película que fotografía las favelas de Brasil con demasiada belleza y que tiene como protagonistas a tres pibes pobrísimos que no parecen padecer demasiado su situación, incluso hay un regodeo evidente en retratar ese mundo con la mirada primermundista del británico Stephen Daldry. El tema es que la película no busca tanto un retrato realista de ese universo, como sí la construcción de una aventura algo fabulesca sobre el derrotero de sus protagonistas. Que no lo logre eficazmente es un problema, pero es otro problema diferente al que la crítica en conjunto ha querido ver un poco desde el lugar común.
Extraña mezcla de Ciudad de Dios con ¿Quién quiere ser millonario?, ese es un primer escollo para el film del mediocre Daldry: la película parece pensada desde ahí y nunca logra tener vida propia. Y si la primera hablaba del horror de la violencia social para terminar construyendo un relato bastante repudiable que se regodeaba en esa violencia y manipulaba con sus truquitos de montaje, la oscarizada película de Danny Boyle tenía la astucia de trabajar la caricatura con bastante inteligencia y desde ahí decirnos que aquello no era algo real, ni lo intentaba ni lo quería. A Daldry, con una carrera previa que le impide disimular demasiado sus intenciones, se le nota esa confusión entre querer hacer un alegato contra la violencia institucional sobre las clases bajas y un mero pasatiempo algo traído de los pelos. Si la película funciona al menos en términos narrativos durante su primera media hora, hay cosas que comienzan a hacer mucho ruido, como la presencia de villanos de un trazo grueso desmedido, una mirada sobre la política que es de lo más reduccionista y malintencionada, una violencia gratuita sobre el niño protagonista intolerable, dos yanquis de lo más buenos metidos con calzador dentro de la favela, una apelación a lo religioso molesta y constante, y una acumulación de elementos poco rigurosos, como la ridícula aparición sobre el final de una niña que termina por descalabrar la confusión narrativa y argumentativa. Trash: desechos y esperanza termina pareciéndose a esas películas de acción y aventuras muy malas que se hacían en los 80’s, donde unos niños muy chiquitos peleaban contra ninjas claramente más grandes y les ganaban, quedando en evidencia la falta de rigor y verosímil que siempre es necesaria para sostener una película.
Trash: desechos y esperanza no es mala por miserabilista, porque básicamente nadie se la puede tomar demasiado en serio, y ni trata de hacerlo. Pero sí es mala por escandalosamente fea y tonta, situación de la que la terminan rescatando un poco los niños Rickson Tevez, Eduardo Luis y Gabriel Weinstein, dueños de un carisma extraordinario y de una capacidad actoral muy por encima de la pobre película que los tiene como protagonistas.