Pasaron más de cuarenta años desde el estreno de la primera película de la saga El vengador anónimo, pero la problemática de la justicia por mano propia mantiene su vigencia. Por eso, a priori podría decirse que esta remake con el protagónico de Bruce Willis en lugar de Charles Bronson tenía cierto sentido. Pero es una oportunidad desperdiciada: la versión 2018 no le agrega nada a la historia del exitoso profesional cuya familia es destruida en un robo a su casa y descubre que la mejor forma de hacer el duelo es convertirse en un justiciero.
A los 63 años (diez más que los que tenía Bronson cuando arrancó la saga), Willis ostenta un bien ganado lugar en el club de héroes de acción sexagenarios. Lo que perdió en simpatía lo ganó en dignidad: a diferencia de Liam Neeson, no se trenza en imposibles peleas cuerpo a cuerpo con jóvenes musculosos. Mata a distancia o con otros métodos: es un cirujano devenido asesino autodidacta, que se convierte en un tirador letal gracias a los tutoriales de YouTube. Y se equipa merced a la flexibilidad de las leyes estadounidenses para comprar armas de fuego. Así, a diferencia de lo que ocurría en la película de 1974, va en busca de los atacantes de su esposa e hija (la argentina Camila Morrone, hija de Lucila Polak).
Claro que la palabra “asesino” aquí jamás es empleada. Si bien se plantea un debate mediático en torno a sus crímenes, y algunos personajes le reprochan (tibiamente) su comportamiento, queda claro -aunque con más matices que en la original- que Paul Kersey es un héroe. Debe actuar porque la policía es inútil y/o está sobrepasada, y gracias a él, caen los índices criminales de Chicago. Cruza entre el ingeniero Santos y Chocobar, Kersey odia a los limpiavidrios de los semáforos, mete bala a negros y latinos (y a algunos blancos también), y se redime luego de haber fallado en “lo más importante que debe hacer un hombre: proteger a su familia”. A Baby Etchecopar le va a encantar.