Desde que dejó la saga Hostel, Eli Roth parece estar perdido. Sus últimas dos películas fueron un intento de cine político (The Green Inferno) que le salió algo canchero e ingenuo, y un intento de feminismo (Knock Knock) que le salió como un chiste tonto. Pero lo realmente inesperado es que un realizador tan reivindicador de los maestros politizados del terror de la generación del 70 haya hecho, tal vez por dinero, tal vez por diversión, una película lisa y llanamente facha. Conociendo algunos de sus discursos de grandilocuencia, hasta podríamos decir que tal vez para Roth exista algo muy interesante (y muy secreto…) en su experimento de narrar una fantasía de derecha norteamericana en la que el film se vuelve el medio en el que toman forma los deseos de asesinar criminales en las calles de Chicago.
Hay algo muy entendible en la voluntad de narrar héroes incorrectos, lo vimos hecho a la perfección por directores como Eastwood o en la extraordinaria adaptación del personaje de Lee Child, Jack Reacher, por Christopher McQuarrie. Pero en Roth se siente lo ajeno, la imposibilidad de trascender lo superficial. Deseo de Matar es una película en la que su director no cree y que tal vez solo apele a un recuerdo nostálgico de las películas de vengadores anónimos de los 70 y los 80, como la original que lo precede.
Roth es demasiado progresista como para contar una historia así, entonces la termina narrando mal, tratando de ser justo con su personaje, pero con una justicia demasiado mecánica como para entender la dimensión pulsional de los hechos. En la saga Hostel la cuestión era distinta. Es indudable que Roth tiene una devoción por la destrucción del cuerpo, y entendible (y necesario) que intente poner eso en crisis. En Deseo de Matar quiere poner en crisis una pulsión por matar que le es ajena, tanto en términos culturales como en términos de clase.
Puede llegar a ser muy interesante la forma de mostrar los procedimientos de la adquisición de armas de fuego, los videos en internet, las publicidades, hasta incluso se vuelve muy acertado el momento en el que la vendedora de armas va “seduciendo” a su cliente. Todos esos elementos son los que pertenecen al Roth demócrata y que pretende ser históricamente riguroso. Pero cuando quiere entrar en la mentalidad de su personaje no puede parar de dejar huecos en momentos clave, de los que huye rápidamente tratando de salir impune.
Un ejemplo: cuando el criminal del tatuaje llega a la guardia, Paul (Bruce Willis) lo identifica y hasta reconoce su reloj robado. La pregunta consiste en saber si construyendo una simetría con la escena inicial, se nos dará un momento de duda: ¿es para Paul digno de ser curado este hombre? La narración lo resuelve por él y por nosotros, y el criminal muere sin que Paul llegue a pensarlo, sin que nadie tenga que enfrentar esa pregunta.
Roth no es un estúpido narrando, la saga Hostel lo demuestra, pero en medio de toda esta confusión ideológica termina optando por algo híbrido. Deseo de Matar es incapaz de construir un héroe, es una película que intenta narrar la historia de uno sin creer en él, tratando de ser justo de una forma casi técnica. Sin embargo, por honor al relato, la película está de su lado, acompañando a un personaje que carece de heroísmo y resolviendo la trama copiando la resolución de una publicidad.