Varios méritos y pocos defectos pueden contarse en este film de mediana acción ambientado entre militares de una unidad de alta montaña. Las peleas a puñetazos, las caídas del caballo o en un pozo, los tiros del final, están al nivel de lo que habitualmente se pide. El protagonista Santiago Racca maneja debidamente el tipo de actuación corporal que requiere su personaje (lo que se explica en parte por su formación en el grupo Fuerza Bruta). El paisaje amplio de la precordillera lasherina, como se dice en Las Heras, luce bien registrado en su árida belleza. Todo un equipo anduvo allí filmando, con viento, sequedad y frío, solo por amor al cine.
Se registra también, por primera vez en nuestro cine, la ciudad fantasma de Paramillos, a 2.500 metros de altura, que supo ser un fuerte centro minero desde los tiempos de la Colonia hasta 1982, cuando los ingleses que tenían la concesión debieron irse de un día para otro. Hoy solo pasan por ahí unos pocos turistas extranjeros. Otro mérito a tener en cuenta: esta película fue hecha en coproducción entre pequeñas empresas provinciales de Córdoba y Mendoza.
El único porteño visible es Daniel Fanego, que aparece recién en la segunda mitad de la obra. Bravo, cada vez más el cine del interior asoma su cabeza y se las arregla casi todo por su cuenta, con buen nivel.
Los deméritos se anotan en algunas voces que no suenan propias de militares, alguna información equívoca (por ejemplo, los médicos militares tienen grado de oficial, no de suboficial como en esta historia), la ubicación de la cámara durante una especie de sueño revelador y, entre otras cosas, la resolución del conflicto principal mediante unas explicaciones confusas, de flojo asidero. Se perdonan, en cambio, los pantalones palazzo muy elegantes de una joven india de finas facciones que aparece en medio de los cerros pelados.