El cine siempre puso a prueba las bases de su arte a partir de pequeños desafíos. Hacer una película en un largo plano secuencia -El arca rusa, Birdman-, situarla en un espacio reducido -Enlace mortal, Locke-, concebirla como si ocurriera en tiempo real -A la hora señalada, Corre Lola, corre-. Más allá del ingenio del truco, siempre termina estando por encima de la historia en tanto la condiciona, pero también la envuelve en una novedad para el espectador. Desesperada combina varios trucos para no terminar de hacer funcionar ninguno de ellos.
Filmada bajo las coordenadas de la pandemia, privilegia un entorno aislado y un único personaje con mínimas interacciones. Además, utiliza el teléfono celular como expansión de ese mundo acotado y como artilugio de la intriga. Y, por último, juega con la idea del tiempo real en tanto la experiencia temporal del personaje es similar a la del espectador.
Amy Carr (Naomi Watts) quedó viuda hace un año y todavía está procesando la pérdida de su marido. Una mañana de viernes, luego de mandar a su hija al colegio, insiste a su hijo adolescente, Noah (Colton Gobbo), para que abandone la cama y vaya a clase. Noah está triste y enojado por la muerte de su padre, y ese estado se conjuga con la desorientación propia de la adolescencia. Decidida a tomarse un tiempo para ella, Amy pide un día libre en su trabajo y sale a correr por los alrededores de su casa en Lakewood, por caminos de tierra, bosques desolados, un entorno silencioso que promete reconciliarla con sus doloridas emociones. Sin embargo, una y otra vez el teléfono suena: pedidos del trabajo, reclamos de sus padres que están por viajar, llamados de la escuela. Una y otra vez el intento de desconexión se ve alterado por la invasión del mundo, sus problemas y demandas.
La irrupción del conflicto llega con los indicios de un siniestro en las cercanías y el descubrimiento del peligro que asedia a sus hijos: un francotirador ha ingresado en el colegio. A partir de allí, la película pone en funcionamiento su mecanismo: la creciente desesperación de una madre que intenta llegar al lugar del hecho pero se encuentra a varios kilómetros dentro del bosque. Las calles están cortadas, los vecinos atienden a su propia familia, y ella llama insistentemente a todo el que la atienda para pedir socorro y compartir su angustia.
Hasta la mitad, más allá de cierta flexibilización del verosímil y la repetición del recurso de los llamados y la angustiante carrera de Amy, Desesperada se sostiene en el oficio de Watts y en el ritmo que puede imprimirle el veterano Phillip Noyce (sí, el de Terror a bordo) en la dirección. Pero ante el agotamiento del artilugio de la distancia, la película comienza a dar vueltas sobre sí misma, a ponerse cursi y sentimental, efectista y manipuladora. No solo convierte a su personaje en una especie de heroína autogestiva, sino que estira situaciones en virtud de completar un metraje, acumula tensiones para acrecentar el impacto emocional, cierra todo con un moño de calculada conveniencia. Watts hace lo que puede para sostener un argumento débil con su rostro desencajado en primer plano, tratando de dar sentido a lo que se pierde en la deriva.