La vida provinciana, la relación con esos lugares y la convivencia en un contexto tradicional y conservador son los pilares de este film que tiene como personajes centrales a Ernesto y a Helena, un matrimonio de muchos años que vive en una finca aislada entre campos de tabaco y la selva de alta montaña, en el noroeste argentino. La pareja está atravesando una frágil situación y la dificultad para concebir un hijo los ha sumido en la obsesión y en la pérdida del deseo. Un día, y sin mucho entusiasmo, ambos reciben a Joaquín, un joven primo casi desconocido para ella, que acaba salir de un centro de rehabilitación. El muchacho deja transcurrir los días entre el aburrimiento y la soledad hasta que, casi sin proponérselo, comenzará a mirar a Helena con una pasión que se va transformando en obsesión.
En éste, su primer largometraje, la directora Bárbara Sarasola-Day logró su propósito de crear un casi torturante clima en el que lo íntimo busca todo el tiempo sus fronteras. Sus personajes quedan así frente a un doble juego: lo que se comparte y lo que se preserva, lo aceptable y el tabú.
Con una lograda fotografía de Lucio Bonelli, que logró imponer el necesario espíritu a la anécdota tanto en los interiores como en los exteriores, rodados en Salta, el elenco supo también construir con enorme naturalidad sus personajes. Luis Ziembrowski (excelente en su papel de hombre humillado), Alejandro Buitrago (el joven que descubre nuevos micromundos) y María Ucedo componen este trío que buscará, cada uno a su manera, la forma de salir indemnes de existencias que les impiden vivir en plenitud.