Sexo y poder, en creciente tensión
La ópera prima de la salteña tiene su estreno comercial aquí, tras su paso por la Berlinale y el Bafici. Los personajes encarnados por Luis Ziembrowski, María Ucedo y Alejandro Buitrago componen un inquietante triángulo, que se manifiesta de un modo lento y paciente.
“Abrí más las piernas”, le dice Ernesto, dueño de la finca, a Joaquín, el recién llegado. Se las abre él mismo, golpeándole los pies con su bota. Le está enseñando a disparar, por lo cual se halla a sus espaldas, tomándolo del brazo derecho. En algún momento, cierta tensa sorpresa en la expresión de ambos da a pensar que la presión de Ernesto a espaldas de Joaquín fue más allá de lo necesario. Hasta que lo que circula entre los dos tiene tanta carga que, para liberarla, Ernesto grita, de modo visiblemente excesivo para un simple entrenamiento de tiro: “¡Dispará!”. De esa clase de subyacente tensión sexual y de poder (en ocasiones no tan subyacente) está hecha Deshora, ópera prima de la realizadora salteña Bárbara Sarasola-Day (1976), que tras pasar por la sección Panorama de la Berlinale 2013 lo hizo también por el Bafici, estrenándose ahora con un lanzamiento llamativamente modesto: sólo dos copias, en los cines Gaumont-Km 1 y Cosmos.
En un punto, Deshora es una suerte de Teorema, de Pasolini, reducido al mínimo.
La situación es básica, primaria incluso. Hace años que Ernesto (Luis Ziembrowski) y Helena (María Ucedo) viven en medio del agreste noroeste, manejando un establecimiento de producción de tabaco. El desgaste que hay entre los dos no es muy distinto del de toda pareja que arrastra varias décadas de convivencia, a lo cual se suman dos elementos particulares: 1) por lo visto, Ernesto es la clase de tipo que en la cama no tiene muy en cuenta los deseos de su mujer, y además 2) tienen problemas de infertilidad. Que él, por supuesto, le achaca a ella. Bastaría que apareciera un tercero, de ser posible joven y seductor, para que lo que está faltando se vuelva exceso. Ese tercero aparece. En la primera escena, para ser más precisos. Recién salido de alguna clase de centro de rehabilitación, Joaquín, primo de Helena (el actor colombiano Alejandro Buitrago), es depositado por su madre (Marta Lubos) al cuidado del matrimonio. Cuidado deberá tener el matrimonio, para que el matrimonio no se les vaya al demonio.
En un punto, Deshora es una suerte de Teorema (Pasolini, 1968) reducido al mínimo. No se trata aquí de la seducción de una familia entera por parte de una rara mezcla de ángel y demonio, sino de la de ambos miembros de un matrimonio, a cargo de un muchacho despojado de referencias místicas. Pero cargado de alusiones sexuales. En su mirada pícara, su semisonrisa ladeada, su susurro, el permanente subtexto físico que maneja, aun en las situaciones más banales. El deseo se mantiene ambiguo. Hay un momento en el que Joaquín se masturba en el baño. Lo que no sabe es si lo hace pensando en Helena (a quien claramente va envolviendo, como la araña a la mosca) o en Ernesto. Más tarde las cosas quedarán más claras, al menos en ese punto. Quedará más a la vista también que la erótica que circula entre los tres circula entre los tres, y no tanto de a dos, a partir del momento en que se vuelva más evidente que lo de Joaquín pasa más por mirar que por hacer. En ese momento y como movidos por un pacto tácito, Ernesto y Helena pasarán a actuar para él, hallando en su mirada el goce que hasta entonces se les hacía esquivo.
El mérito de Sarasola-Day no pasa tanto por aportar novedades en lo temático –esta clase de triángulo aceptado puede hallarse hasta en el lejano film japonés La llave (Kon Ichikawa, 1959, abaratado décadas más tarde por Tinto Brass), mientras que la vinculación entre naturaleza salvaje y pasión erótica goza de una tradición aún más larga y vasta, tanto en cine como en literatura– como en el modo lento, paciente y alusivo con que va haciendo crecer la tensión sexual. Sexual y de poder, como queda dicho: el carácter de “patrón de estancia” de Ernesto marca todas sus relaciones, incluidas las que tiene con su esposa y el visitante. Obviamente que en una película centrada casi exclusivamente en tres personajes, los actores resultaban fundamentales. Los tres están magníficos. Ucedo da una mezcla infrecuente de tristeza y sexualidad. Buitrago tiene, más que del buitre que anida en su apellido, algo de halcón. Aunque tal vez en el fondo sea una paloma: no olvidar que sale de un centro de rehabilitación. En cuanto a Luis Ziembrowski, no podría imaginarse un actor más adecuado para este patrón, obsesivo hasta lo persecutorio, que cuando se lanza sobre su mujer en la cama parece un jabalí dando cuenta de una presa frágil.