La primera imagen de Deshora que revela la apertura del filme no tarda en describir una situación muy concreta: el duro trabajo del hombre en el campo. De espalda a cámara y desobedeciendo a permitirnos conocer su identidad, un hombre carga con unos cuantos kilos de cañas de azúcar. El andar rutinario y el esfuerzo propio de la acción contrasta inmediatamente con el sollozo de la vegetación, la cual nos recuerda que en ésta área rural no todos se desloman por conseguir el pan. Existen los otros, esos que sin piedad dan órdenes y disfrutan del paisaje. Si bien la balanza podría parecer desequilibrada, no tardaremos en descubrir que estos últimos no cargan cañas sino dilemas existenciales.
Tres son los personajes que deambulan adormecidos como animales en cautiverio tras las huellas de un pasado complicado y un presente que los estigmatiza. Joaquín (Alejandro Buitrago) es un joven que recién salido de un centro de rehabilitación para adictos es encomendado al cuidado de su prima Helena (María Ucedo), quien en aquel usual rol de la señora de campo, se ha estancado en la soledad y el desamor. De todos modos no será sólo por su culpa que la desgracia aparezca en su vida. Ernesto (Luis Ziembrowski) es el esposo y dueño (por herencia) de toda la extensión del inmenso predio rural, que con sus modos machistas y un bagaje de represiones al borde del colapso, intenta cumplir con su rol de amo.
Deshora es una historia de amor a destiempo, un cuento campestre que lejos de la presunta inocencia o tranquilidad pastoral se convierte en un drama psicológico lleno de paradojas: Helena se desvela pensando porque no puede ser madre mientras que la yegua de la estancia no para de tener cría; Ernesto es el más machistas de los hombres pero no puede dejar embarazada a su mujer ni hacerse cargo de sus impulsos sexuales, y Joaquín es la mejor excusa para darle forma a una perfecta estructura triangular, actuando como nexo dramático y físico, estará a su cargo (en su andar fantasmagórico) el control mental de Ernesto y Helena, quienes irónicamente fueron designados para protegerlo.
Entre juegos de intensa seducción sexual contenida, pronto las presas tomarán el puesto de los cazadores y cuando esta situación llegue a su cenit, será el momento de tomar las decisiones que se vinieron postergando. Los tres se necesitan pero uno debe partir, y quien se vaya será por el azaroso destino y no por el natural fluir de sus acciones.
Por Paula Caffaro
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