Los riesgos de enamorarse a distancia
La gran precisión del film en todos sus aspectos revela la mano de un realizador experimentado. El relato es estrictamente material, Muritiba filma sólo acciones y cuerpos.
Las cosas no van bien para Daniel. En la escuela de policía no tuvo mejor idea que pegarle a un cadete, lo cual le dejó una mano rota y una suspensión. En su casa se siente solo, y su otra actividad es atender a su padre anciano, que está gagá. Todo lo que tiene son los mensajes de Whatsapp de una chica llamada Sara, que vive a tres mil kilómetros de distancia, en el extremo norte de Brasil. “Te necesito”, escribe Daniel. “Muero por verte”, le responde Sara. Después de un trabajito como patovica cuidando la puerta de una disco, el robusto Daniel se decide y se sube a su camioneta, dispuesto a cubrir la distancia que separa el estado de Curitiba del de Bahía. Llegará tras varios días de viaje y varias paradas, sólo para descubrir que Sara no era la que el creía. Riesgos de conocer a alguien en las redes, y de enamorarse a distancia.
Programada en la paralela “Giornate degli Autori” del Festival de Venecia, donde ganó el Premio del Público, la película de Aly Muritiba --cineasta hasta ahora desconocido en Argentina, pero de quien ésta es la segunda participación en Venecia, además de haber presentado películas previas en los festivales de Sundance, San Sebastián y la Semana de la Crítica en Cannes-- sigue a Daniel (Antonio Saboia) tan implacablemente que no hay plano en el que él no esté. Al menos hasta conocer a Sara en el pequeño pueblito de Sobradinho, donde aunque todos se conocen nadie la identifica por la foto que Daniel lleva consigo. A partir del momento en que su amor soñado aparece, a contraluz en una disco, ella le disputa los planos y el protagonismo, ya que allí el film disocia su punto de vista, que hasta entonces había sido estrictamente de Daniel, en el de él y el de ella.
La gran precisión de Desierto particular (el título no alude solo al sertão próximo) en todos los aspectos revela la mano de un realizador experimentado. El relato es estrictamente material, Muritiba filma sólo acciones y cuerpos. El ancho torso de Daniel y la estrecha espalda de Sara, en una única escena en la que se quita su vestido y se va, ofendida por el rechazo del hombre del que se enamoró a la distancia. En Bahía hay 46° de sensación térmica, y la transpiración del torso del instructor de policía, cuando se saca de encima la ropa demasiado abrigada que trae para ese clima, es una protagonista más. Transpiración no solo física, ya que después de conocer a Sara Daniel se debate entre el rechazo y la atracción.
Los cuerpos son importantes aquí: el cuerpo de agente del orden de Daniel, el de agente del desorden de Sara. El personaje de Sara, que por más que se atreva a la transgresión la sufre, no responde al estereotipo de mujer empoderada, que se lleva el mundo por delante. “¿No estamos todos enfermos?”, pregunta retóricamente al pastor que la quiere “curar”, y a quien su preocupada abuela lo envió. Los dos amantes por wa no podrían ser más opuestos. Daniel es una apuesta mole granítica, que parece no conocer la sonrisa ni la alegría. Sara está rota, dividida entre su quehacer diurno de carga y descarga en el puerto y la nocturna, cuando intenta ser quien ha elegido ser. Daniel no tiene amigos; Sara uno solo, el peluquero al que le dice “marica”.
La cámara sigue con tanta obstinación a Daniel que en ciertos planos parece acosarlo, pegada a su rostro. Muritiba filma sobre todo en planos fijos, frecuentemente medios o americanos, lo cual le permite registrar los rostros de los protagonistas, pero también su cuerpo y el ambiente en el que están insertos. El relato es firme pero no rígido, y sostenido pero sin golpes bajos. La iluminación se luce tanto con luz natural como con el neón de las disco, y las actuaciones son esenciales. Sobre todo la del/la extraordinarie Pedro Fasanaro. Una presencia frágil, sensible y quebradiza, generadora de una enorme empatía.