Con 19 años, Carla vive en un micromundo al que tiñe con su mirada ácida; criada sin padre y con una madre que siempre se resistió a ocupar ese rol, la muchacha transita una vida opaca. De pronto su mundo se ve invadido por el súbito retorno de su madre, que había estado mucho tiempo en el exterior, y la convivencia se tornará ríspida. Ambas sacarán a flote sus recuerdos y enojos y se producirán choques en las que ambas mostrarán los más íntimos meandros de sus sentimientos.
El film, adaptado de la novela Para ella todo suena a Franck Pourcel, del mexicano Guillermo Fadanelli, transita morosamente por esos encuentros y desencuentros de madre e hija. Todo es en el relato lento y repetitivo, y si por momentos surge algún signo de interés, éste no tarda en perderse entre esos enormes vacíos sólo quebrados por breves diálogos o por inusitadas situaciones. Jazmín Stuart y Juan Pablo Martínez intentaron, en su doble carácter de directores y guionistas, mostrar los recovecos más profundos del alma femenina en medio de esas trampas que viven ambas, pero la pretensión y la solemnidad conspiraron para que la trama vaya decayendo hasta convertirse en un relato, con un aire más literario que cinematográfico, que intentó y no pudo explorar temas como la adolescencia, la sexualidad y el paso del tiempo.
El elenco, encabezado por Florencia Otero y Claudia Fontán, poco es lo que pudo reflotar de un guión que necesitaba de una mayor calidad en cuanto a viviseccionar el interior de sus protagonistas, que se van convirtiendo en seres agónicos insertos en un pequeño mundo del que no pueden o no quieren escapar.
Los rubros técnicos cumplieron con sus respectivos cometidos, pero ello no fue suficiente para que el film logre el interés que, sin duda, pretendieron sus realizadores.