Madre con desplantes de diva
Es curioso que Desmadre esté basada en una novela (Para ella todo suena a Franck Pourcel, del mexicano Guillermo Fadanelli), ya que si algo no logra la película es desarrollar lo que las novelas suelen desarrollar. Las buenas, al menos: una sustancia narrativa, unos personajes con existencia propia, un cuerpo de relato que consista en algo más que situaciones aisladas. Esas insuficiencias no tienen nada que ver con el género –desde ya que se puede lograr todo eso en una comedia dramática, como es el caso–, sino con el carácter epidérmico de una película que, como su protagonista, parece no poder decidir qué quiere hacer consigo misma. Y en la indecisión se paraliza.
Para Carla (la debutante Florencia Otero), que madre vuelva de España, donde vive hace años, es la peor noticia que podría recibir. Pronto se entiende por qué: además de venir hablando como española (“acá estoy, con Isabel Pantoja”, protesta Carla), mamá (Claudia Fontán) es una de esas cuarentonas que se comportan como nenas malcriadas, con desplantes de diva y tirándoles eventualmente los galgos a algún candidato de la hija. En el taxi que la trae de Ezeiza se queja de que no la dejaron fumar en el avión y, cuando el chofer le dice que ahí tampoco se puede, larga toda una ristra contra el fascismo, la intolerancia y la mala educación argentinos. Carla acierta cuando comenta que si hay algo que su madre no puede tolerar de ella es que sea mujer... y más joven. El problema es que a lo largo de la película el conflicto madre-hija se mantiene cristalizado en ese punto, tal como se presenta en los primeros minutos.
No sucede algo muy distinto con la materia narrativa restante: el ex de mamá (Arturo Goetz), que se tira lances con Carla, en una serie de flashbacks de estética ligeramente kitsch; la tía de Carla (la siempre luminosa Silvia Kutika), que fuma porro con la sobrina mientras habla mal de la hermana; Nazareno, joven empleado de Goetz (Nazareno Casero), con el que evidentemente hay onda, aunque ella juega a que no. “Qué linda te ponés cuando te resistís”, comenta él, y es asombrosamente cierto: el rostro entero de Florencia Otero cambia, muta, se ilumina, cada vez que lo ve. El comentario de Nazareno es un momento de gran verdad cinematográfica. Es como si de pronto la película descubriera algo de sí misma y lo dijera en voz alta. Lamentablemente es el único hallazgo de esta primera película coescrita y codirigida por Jazmín Stuart, junto a Juan Pablo Martínez: el resto simplemente pasa, como si no hubiera nadie allí para registrarlo.