Todos los regresos tienen su dicotomía, sus pros y sus contras en definitiva. En el “Nocturno a mi barrio” Pichuco decía: “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? …pero cuándo? ¡Si siempre estoy llegando!” Algo de este fraseo iluminado tiene “Desobediencia” y sino fuese que está hablada en inglés, y un par de antecedentes, uno diría que estamos frente al primer tango judío hecho cine. Con la irreverencia de antaño, pero con mujeres protagonistas y dirección chilena, bien cabría la palabra “cambalache” en la más amplia de las acepciones.
Ronit (Rachel Weisz), de origen judío ortodoxo pero rebelado a los mandatos, regresa después de un tiempo a su zona familiar para formar parte del ritual referente a la muerte de su padre. Será este un regreso sin gloria (sin eufemismos) pues se trata de un cabal reencuentro con un pasado no muy lejano. Familia, amigos y amigas. En este último caso una amiga en particular, Esti (Rachel McAadams), quien no sólo siguió adelante con la obediencia, sino también se casó con el discípulo del papá de Ronit.
No hace falta ser de la colectividad judía para adivinar la intención de interpelar los mandatos religiosos con esta historia y el conflicto que esto desata. De hecho no es de extrañar si uno lee los créditos a la cabeza de los cuales está Sebastián Lelio, ganador del Oscar a mejor película extranjera por “Una mujer fantástica” (2017), la que anteponía el discurso por encima de los valores cinematográficos, con lo cual discutirla con fundamentos concretos presupone una posición “políticamente incorrecta”, o “apolíticamente correcta” según se la analice.
Uno piensa: ¿Es en al ámbito de la ortodoxia dónde la idea cobra fuerza? Sino estuviese ese factor, ¿la historia se cuenta igual? Y si es así, ¿a qué se está interpelando? O mejor dicho; ¿contra qué valores?
Fuera de estas preguntas que surgen naturalmente frente a este estreno, es curioso que sea el melodrama la elección para atravesar la supuesta polémica, por ende es menester hablar de una historia de amor no consumada que se encuentra en su punto más alto. Las dos mujeres, brillantemente interpretadas, se vuelven a ver luego de un tiempo con la suficiente fuerza como para querer recuperarlo pese a las circunstancias.
Bastante alejado de la estética de la obra que le valió el premio de la Academia, Lelio se aferra a los esquemas clásicos de este tipo de narración para poner en valor sus inquietudes contra una sociedad todavía reticente a aceptar los nuevos mandatos culturales que sobreviven a los tradicionales. Justamente por eso, por depositar el antagonismo en una cuestión religiosa, es que el relato le endilga la mayor responsabilidad a la fotografía, la música, las actuaciones y la impronta melancólica en desmedro de un análisis más profundo.
“Desobediencia” es como echar culpas sobre la play station sin tener en cuenta el Atari o el Pac Man. Así y todo, el disparador no deja de ser interesante y de ritmo concreto para otra historia de amor que merecía ser contada con, al menos, mejor información
Todos los regresos tienen su dicotomía, sus pros y sus contras en definitiva. En el “Nocturno a mi barrio” Pichuco decía: “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? …pero cuándo? ¡Si siempre estoy llegando!” Algo de este fraseo iluminado tiene “Desobediencia” y sino fuese que está hablada en inglés, y un par de antecedentes, uno diría que estamos frente al primer tango judío hecho cine. Con la irreverencia de antaño, pero con mujeres protagonistas y dirección chilena, bien cabría la palabra “cambalache” en la más amplia de las acepciones.
Ronit (Rachel Weisz), de origen judío ortodoxo pero rebelado a los mandatos, regresa después de un tiempo a su zona familiar para formar parte del ritual referente a la muerte de su padre. Será este un regreso sin gloria (sin eufemismos) pues se trata de un cabal reencuentro con un pasado no muy lejano. Familia, amigos y amigas. En este último caso una amiga en particular, Esti (Rachel McAadams), quien no sólo siguió adelante con la obediencia, sino también se casó con el discípulo del papá de Ronit.
No hace falta ser de la colectividad judía para adivinar la intención de interpelar los mandatos religiosos con esta historia y el conflicto que esto desata. De hecho no es de extrañar si uno lee los créditos a la cabeza de los cuales está Sebastián Lelio, ganador del Oscar a mejor película extranjera por “Una mujer fantástica” (2017), la que anteponía el discurso por encima de los valores cinematográficos, con lo cual discutirla con fundamentos concretos presupone una posición “políticamente incorrecta”, o “apolíticamente correcta” según se la analice.
Uno piensa: ¿Es en al ámbito de la ortodoxia dónde la idea cobra fuerza? Sino estuviese ese factor, ¿la historia se cuenta igual? Y si es así, ¿a qué se está interpelando? O mejor dicho; ¿contra qué valores?
Fuera de estas preguntas que surgen naturalmente frente a este estreno, es curioso que sea el melodrama la elección para atravesar la supuesta polémica, por ende es menester hablar de una historia de amor no consumada que se encuentra en su punto más alto. Las dos mujeres, brillantemente interpretadas, se vuelven a ver luego de un tiempo con la suficiente fuerza como para querer recuperarlo pese a las circunstancias.
Bastante alejado de la estética de la obra que le valió el premio de la Academia, Lelio se aferra a los esquemas clásicos de este tipo de narración para poner en valor sus inquietudes contra una sociedad todavía reticente a aceptar los nuevos mandatos culturales que sobreviven a los tradicionales. Justamente por eso, por depositar el antagonismo en una cuestión religiosa, es que el relato le endilga la mayor responsabilidad a la fotografía, la música, las actuaciones y la impronta melancólica en desmedro de un análisis más profundo.
“Desobediencia” es como echar culpas sobre la play station sin tener en cuenta el Atari o el Pac Man. Así y todo, el disparador no deja de ser interesante y de ritmo concreto para otra historia de amor que merecía ser contada con, al menos, mejor información