En el marco de las comedias estadounidenses del último tiempo “Despedida de soltera” se inscribe claramente del lado de aquellas que a partir de un humor ácido, negro, literal y a veces soez y escatológico, intentan poner su mirada sobre el mundo femenino (en este caso) y sus tribulaciones.
El problema es cuando los recursos humorísticos abusan de su propia efectividad, en un exceso de auto-confianza que lleva todo de la posible risa al mal gusto y, por qué no, a la discriminación. A esta altura pensar que alguien puede reírse de otra persona porque es gorda es, además de ingenuo, anacrónico y fuera de lugar. Lejos de instalar una moralina en este texto, intento explicar la inutilidad de mofarse de esa condición. Es como hacer chistes de putos. Si sucede en una película, la burla por la burla misma en estos tiempos me genera la sensación de que me están tomando el pelo. Distinto sería que el humor gire en torno a esas características para establecer puntos más profundos. Pero no. Este no es el caso.
Según el argumento de esta producción Becky (Rebel Wilson) es gorda. Bien gorda y fea. Así hablan de ella sus mejores amigas. Un trío de estúpidas que chupan, fuman y se dan pases de cocaína cada vez que aparecen en pantalla.
Regan (Kristen Dunst), Gena (Lizzie Caplan) y Katie (Isla Fisher) no pueden creer que su amiga se case primero siendo tan gorda, fea (¿ya lo dije?, perdón es que se repite tantas veces en la película que me mareo) y tras cartón con un novio muy pintón que para colmo la quiere.
¿Cómo puede ser?, se preguntan ellas y el guionista. Nada mejor que un par de pases de merca para olvidarse de todo, organizarle a Becky una despedida en donde le hacen sentir su condición y de paso, rato después, romperle el vestido de novia y arreglarlo sin que esta se entere.
La cantidad de sandeces que suceden luego potencian lo dicho en el primer párrafo, sin justificar en lo más mínimo por qué. O sea, sin subtexto, con lo cual la burla se transforma en discurso.
Las actuaciones, la banda sonora, el timing y la realización en general cumplen con la función de aportarle corrección al género. En definitiva, la dirección y el guión de Leslye Headland pasan por otro lado.
Es cierto, hay público para esta comedia al que probablemente no le interese todo este tipo de cuestiones. Uno tiende a creer que en ese par de escenas donde el espectador pasa de incómodo a compasivo hacia Becky, es donde se va a detectar la idea de que nadie puede escudarse detrás del humor para decir o hacer cualquier cosa.