Si hay algo atractivo acerca de Despedida de soltera es que sus protagonistas no están ahí pura y exclusivamente para hacer reír. Pero hay algo aún mejor y es que, en realidad, no parecen estar ahí para ningún otro propósito más que ser ellos mismos. Observarlos es confundirse, sorprenderse y, sobre todo, acostumbrarse a mirar con los mismos ojos con los que se apuntan entre sí: ojos que juzgan, que odian, que compadecen y aman con velocidad (aunque no sin razones). La película de Headland resulta entonces una historia de héroes y antagonistas huidizos que, sin pretender llegar a un lugar determinado, atraviesan su mundo de la forma que pueden.
Si casi no existen escenas o diálogos que puedan pasarse por alto es justamente por eso: lo importante es pintar un universo y a sus habitantes y no utilizar ambos como simples vehículos del humor o el romanticismo. Tal es así que la despedida de soltera de Becky (Rebel Wilson), la amiga de las protagonistas próxima a casarse, casi termina siendo una excusa. Lo que verdaderamente construye el relato es el fluir de los hechos junto a Regan (Kirsten Dunst), Katie (Isla Fisher) y Gena (Lizzy Kaplan), tres chicas que de no ser por lo complejo y problemático de sus carácteres, preocupaciones y aspiraciones, podrían haber protagonizado la secuela de Chicas pesadas. Pero Despedida de soltera está lejos de ser una comedia sobre adolescentes o una excusa para el humor absurdo del que gustan las películas sobre fiestas y celebraciones. Sí es una historia acerca de cada uno de sus personajes, una comedia con humor ocasional que apenas alcanza a suavizar el costado más frustrado, envidioso, egoísta y hasta discriminatorio que sus criaturas ofrecen.
Pero si sólo fuese posible mirar con los ojos desencantados que nos muestran que la amistad está hecha a base de hipocresía y que el amor escasea demasiado como para dedicarle un relato entero, la película de Headland no sería tan libre ni valiosa como lo es. Por eso, nada impide que la visión más ideal del amor pueda hacerse un lugar entre Becky y Dale (Hayes Macarthur), la pareja que va a casarse. Aunque Becky tenga dudas antes de casarse y Dale mire a otras mujeres: tampoco ellos son forzados a representar una idea perfecta e irreal del amor sino a una que pueda adaptarse al mundo del que forman parte. Algo parecido ocurre con la mirada sobre la amistad. Por detrás de toda la envidia y el resentimiento, finalmente es posible ver como las amigas se ayudan, protegen, reaniman y dan esperanza las unas a las otras. Despedida de soltera esconde y dispersa lo que une a sus personajes tal como si fuese una historia de enigmas, en la que recién al final descubrimos la razón por la que los novios se casan o aquello que explica por qué Regan, Katie, Gena y Becky aún comparten una amistad.
Como muchas otras películas, la de Headland también termina con un casamiento feliz. Pero, esta vez, el epicentro no sólo está en la pareja que va a casarse. Gena, Regan y Katie están sentadas en un punto alejado y apenas si conceden la mirada y el silencio para unir sus contraplanos y el fuera de campo sonoro con los de la ceremonia. Eso es lo bueno de Despedida de soltera: su mundo, el de los héroes escurridizos y libres, jamás va a dejar de sorprendernos.