Damas en apuros
Los grupos de amigas horrendas pululan en el cine americano hace rato. Comedias adolescentes como Heathers en los '80 o Chicas Pesadas a principios de este siglo exploraron en toda su gloriosa bajeza los actos horribles cometidos en nombre de la competencia femenina.
Pero el trío compuesto por Regan (Kirsten Dunst), Katie (Isla Fisher) y Gena (Lizzy Caplan) en Despedida de Soltera ya no son adolescentes, si no mujeres en sus treinta tempranos; y no son las antagonistas que le hacen la vida imposible a la heroína, si no las protagonistas del film.
La película de Leslye Headland (también escrita por ella y basada en su obra Off-Broadway del mismo nombre) comparte varias cosas con la nueva camada de comedias protagonizadas por mujeres, que gracias a algún dios no son Katherine Heigl en busca de un príncipe azul como único objetivo en la vida. Está escrita por una mujer (aunque producida por dos hombres, Will Ferrell y Adam McKay) y el catalizador de la acción es la previa a una boda, como Damas en Guerra; pero al contrario de ésta, donde gente buena hace cosas malas, hay gente mala haciendo cosas más malas, como en Malas Enseñanzas.
La impecable Regan -que ha hecho todo bien en la vida según sus parámetros-, Katie -que tiene el coeficiente intelectual de un mosquito y lo compensa con su físico- y Gena, quien consume más sustancias que las que son posibles en las horas del día, son las tres ex chicas cool del secundario que se reúnen por el casamiento de la cuarta integrante del grupo, Becky (Rebel Wilson, la australiana que desde Damas en Guerra viene pisando cada vez más fuerte), a la que tenían como mascota adoptada por lástima y a la que se refieren a sus espaldas como "cara de cerdo". Que ella sea la primera de todas en contraer matrimonio parece desatar lo peor del trío, quienes en un par de horas se las ingenian para hablar mal de todo el mundo, dar discursos incómodos en la cena de ensayo, drogarse en la despedida de soltera y arruinar el vestido de la novia con un festín de fluidos corporales, entre otras cosas. En las horas que les queden hasta el amanecer tendrán que arreglar todo, y por suerte están en Nueva York, la ciudad que nunca duerme.
Headland logra construir personajes que si bien realizan acciones detestables, generan la empatía suficiente para querer saber qué será de ellos. Además, consigue la difícil tarea de mostrarlos sin machacar a la audiencia con juicios morales. No sólo tenemos a mujeres hablando sin tapujos (y practicándolo) sobre sexo y drogas -como el monólogo épico sobre fellatios que da Lizzy Caplan- o van a clubs de strippers sin reirse como colegialas o poner cara de espanto; también hay hombres que distan de la perfección y serán los intereses amorosos de las protagonistas: el mujeriego Trevor (James Marsden) que quiere a Regan pese a que esté de novia, Clyde (Adam Scott) el ex novio de Gena que arruinó su relación en el secundario y Joe (Kyle Bornheimer) el bonachón que trata de ganarse a Katie con marihuana.
Aunque hacia a la segunda parte del film, la autora sacrifica algunos de sus principios para redimir ante el público a los personajes, dándoles una historia de fondo que "justifique" sus decisiones y amenazando con un inicio de rehabilitación para el trío femenino, el guión deja lugar (en conjunto a las actuaciones de Dunst, Fisher y Caplan) para demostrar que a Regan, Katie y Gena no les interesa tanto después de todo el explicarles a los demás los cuestionamientos y avances respecto a sus vidas que logran a lo largo de su raid; si no el finalmente, estar bien con ellas mismas. Algo que en el género no es frecuente.