Llegó la hora de las groserías femeninas
En este asunto de la igualdad de géneros, ¿por qué no iban a aparecer comedietas donde las mujeres fueran tan o más vulgares y guarangas que los hombres? En Estados Unidos ya las están haciendo, y éste es solo un botón de muestra. Un trío de grandulonas efervescentes debe asistir al casamiento de una antigua compañera de colegio. Ellas son flacas, vivas, zarpadas, les gustan los trapos finos y los tragos largos de variado envase. La otra es gorda, simple, pero se va a casar antes que ellas. Excitadas por el simple gusto de divertise a costilla de los otros, y también un poco envidiosas, las tres locas van a hacer desastre. Esa es la idea, y ésa es también la mayor diferencia: en una película de varones, la razón del mal comportamiento sería, en el fondo, la desazón de perder a un compañero de andanzas y tomar conciencia del paso del tiempo.
Bueno, acá también estas mujeres toman conciencia de alguna que otra cosa, sobre todo cuando rompen el vestido de la novia faltando pocas horas para el casamiento. La intriga por ver cómo arreglarán el estofado y la agitación del relato aportan el necesario entretenimiento. Fuera de eso, y de una lluvia de diálogos procaces y chistes verbales, no hay mucho que apreciar. Ah, perdón, las protagonistas son apreciables. Kirsten Dunst es la tilinga conductora, harto perfeccionista, Isla Fisher la medio tonta, Lizzy Caplan la ninfo-melanco capaz de ciertas reflexiones, y Rebel Wilson es la gorda buena.
Guión y dirección, tal vez con ilusión de convertir esto en el piloto de una serie televisiva de trasnoche, Leslie Headland, adaptando una pieza teatral de su autoría sobre el pecado de la gula. Productor, Will Ferrell, con lo que ya está todo dicho.