Todos los seres humanos tenemos una curva de creatividad; aprendemos, desarrollamos nuestros talentos y, en un determinado momento de nuestra vida, tenemos un pico de brillantez cuya duración es indeterminada y depende de cada caso. Luego, agotada la instancia de ser novedoso, uno comienza a copiarse a si mismo y entra en un período de decadencia, cuya pronunciación depende de la capacidad de adaptación / reinvención de cada uno. Eso es inevitable: el cerebro humano posee su desgaste y la vida misma nos agota, con lo cual no nos inspiran las mismas cosas ni sentimos el mismo ímpetu de cuando éramos jóvenes. Aún los artistas más geniales tienen su declive, simplemente porque nadie es perfecto.
Mientras que el ascenso y descenso de talento es una cuestión natural, existen excepciones en las cuales ese declive resulta tan rápido y brusco que resulta alarmante. En esas ocasiones lo que influye no es el paso del tiempo ni el desgaste físico, sino el ego inflado y la falta de sentido común. Si en los actores hemos visto semejantes caídas en picada (tipo Cuba Gooding Jr), en los directores el caso patente es M. Night Shyamalan. El tipo creó un puñado de genialidades - Sexto Sentido, Unbreakable, Señales -, y después se lanzó a la hoguera, especialmente a partir de La Dama del Agua (2006), película universalmente repudiada. Desde entonces ha sido incapaz de escribir o dirigir algo decente, sea El Fin de los Tiempos, Devil, o El Ultimo Guerrero del Aire. Si el tipo hoy sigue teniendo trabajo es gracias a que aún deben existir fanáticos de sus primeras obras; pero Shyamalan no es siquiera la sombra de lo que una vez fue - prometía ser un nuevo Hitchcock -, y hoy se desempeña más como director a sueldo que como fuerza creativa independiente.
En el caso que nos ocupa, Shyamalan termina siendo un empleado de Will Smith, otro talentoso que parece haber comenzado su declive - cuando uno revisita secuelas de sus antiguos éxitos o empieza a patrocinar proyectos propios que terminan siendo repudiados, pronto queda en evidencia que la suerte de uno ha cambiado -. Smith quería armar un proyecto para trabajar con su hijo, el insufrible Jaden Smith - el mismo que arruinó la remake de Ultimatum a la Tierra y lloraba como un descocido en En Busca de la Felicidad -, el cual había comenzado como una historia de aventuras en donde un padre y su hijo sufrían un accidente mientras hacían un día de campo en un enorme parque natural tipo Yellowstone, y el chico debía darse maña para buscar ayuda mientras sorteaba todo tipo de peligros naturales. El cómo semejante historia minimalista se transformó en un bofe futurista y sobreinflado de 130 millones de dólares es un misterio. El punto es que para mantener los conceptos básicos de la historia - ambiente hostil, maduración abrupta del joven y reencuentro con su padre, el cual está seriamente herido -, el libreto se despacha con un montón de sentencias de base que resultan tremendamente forzadas o que, llegado el caso, explorarlas hubiera resultado muchísimo más interesante que ver al ladrillo de Jaden correteando por paisajes hechos en CGI y poniéndo cara de atormentado en primerísimo plano. ¿Por qué la historia retiene el hecho de que los protagonistas son terrícolas?. ¿Acaso no inventamos las armas de fuego - o si estamos en el futuro y tenemos tecnología para viajar a las estrellas, no tenemos siquiera un mísero lanzallamas -?. ¿Cúal es la lógica de tener que enfrentarse a un gigantesco bicho alienígena munido de un cuchillo Tramontina?. Muchas de estas cosas se resolverían si me dijeran que los Smiths - padre e hijo - son integrantes de una raza alienígena - que desconoce la pólvora o los rayos láser -, con lo cual esos cambios culturales resultarían razonables... pero, si los Smiths fuesen marcianos, jamás podríamos ponerle de titulo al filme "Después de la Tierra". ¿O sí?.
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