Carrera contra la muerte
Shyamalan, con su simbolismo y su solemnidad insoportables, fue capaz de arruinar historias prometedoras como la de El fin de los tiempos, La aldea o Avatar, el último maestro del aire (que ya había probado su efectividad en el territorio de la animación). Sus películas eran artefactos concebidos para su propio lucimiento en los que el relato se oscurecía frente a un artilugio de guión (como en Sexto sentido), la metáfora política y social (La aldea) o un abuso de la alegoría como en Avatar… Además, su cine privilegió siempre el desarrollo de sus propios mecanismos formales antes que la descripción de sus mundos; no es casual que los fans de Shyamalan hablaran más de la utilización supuestamente sofisticada del fuera de campo que de los conflictos de sus historias. Pero todo esto resultaba todavía más irritante porque el indio demostraba un manejo bastante notable del lenguaje del cine; así, sus intentos de convertir a los personajes en meros signos de un mensaje aleccionador no eran el manotazo de ahogado de un director sin recursos sino, al contrario, un proyecto elaborado por un cineasta demasiado convencido de su visión del mundo. Feliz e inesperadamente, las cosas cambian con Después de la Tierra.
No es que los temas del director estén ausentes, de hecho, la película empieza destilando un ecologismo edulcorado que hace acordar al de El fin de los tiempos. Pero es como si su tono grave tan frecuente estuviera concentrado en ese comienzo, elíptico y fugaz, y después fuera oportunamente olvidado. Quizás sea la fuerza de un género que se impone a los caprichos de un estilo pomposo: cuando Shyamalan mide fuerzas con la ciencia-ficción, la partida es ganada por la exploración de un universo y las relaciones entre los personajes. Nova Prime es el planeta que alberga la a humanidad mil años después de haber abandonado la Tierra por la contaminación ambiental, y la arquitectura y los espacios de la civilización se alejan del estereotipo más frecuente del género: aquí hay tecnología de punta pero también lonas que separan los cuartos; el software holográfico convive con naves aéreas no tan distintas de las actuales; la existencia de avances tecnológicos no obstaculiza la visión de los edificios iluminados y espaciosos, abiertos al exterior. Los ricos detalles de Nova Prime son tanto más importantes si se tiene en cuenta que Después de la Tierra es un relato de supervivencia; atrapados en el planeta del título, una naturaleza mortífera pareciera acrecentar sus hostilidad frente al recuerdo de la calidez de la casa familiar.
En la última película de Shyamalan ocurre algo insólito para su filmografía: por primera vez, al menos desde El protegido, el cuerpo le gana al regodeo formal. Si en Avatar… los combates y sus coreografías eran arruinadas por los ralenti y el movimiento innecesario de la cámara, en Después de la Tierra el director sigue respetuosamente a Kitai en su carrera desesperada sin estilizarla. Incluso cuando los efectos especiales se apropian de la escena, como en el salto al vacío desde el acantilado (ahí hay una lección aprendida de la otra Avatar, la buena, la de James Cameron), la imagen, incluso inundada por los retoques digitales, es funcional al vértigo de la caída y a la persecución posterior de un águila gigante. Lo mismo vale para los tigres que amenazan a Kitai: la película los utiliza para construir el peligro y obligar al personaje a defenderse; nunca son el verdadero centro de la escena.
Luego de la rutinaria denuncia ecológica del principio, el director se dedica con esmero (y también con algunos subrayados) a trabajar pura y exclusivamente la tortuosa relación de los protagonistas. Padre rígido e inconmovible, Cypher (Will Smith) consigue que uno esté pendiente de cada acción suya a la espera de un mínimo gesto de cariño para con su hijo; así, la película nos coloca rápidamente en el lugar de Kitai (Jaden Smith, hijo de Will)y nos obliga a acompañarlo, no solo en su accidentada travesía por un planeta extraño sino también en su esfuerzo por ganarse un poco del afecto paterno. Esta vez, el vínculo entre los personajes es el verdadero centro del relato, y el simbolismo típico del director se vuelve apenas un mal recuerdo que se deshace en las corridas frenéticas de Kitai que, como el protagonista de Apocalypto (seguramente, otra lección bien aprendida por el director indio), también corre como un loco por una selva asesina con la única misión de salvar a su familia. Y si en sus mejores momentos Después de la Tierra recuerda levemente a la demencial película de Mel Gibson, eso significa que Shyamalan va perdiendo sus mañas de moralista y reaprendiendo el camino de un cine físico, que aspira más a explotar hasta desgastar el cuerpo que a mover a la reflexión fácil; al crecimiento de la relación entre Cypher y Kitai antes que a la elaboración de una moraleja edificante; a un relato de iniciación brutal que compensa algo de su salvajismo con la presencia constante, casi fantasmal de un padre rígido que esconde demasiado bien su gentiliza solo por miedo a perder a otro hijo. La película, a pesar de estar hecha por el director de La dama en el agua, nunca pierde su escala humana, ni siquiera en el final, cuando termina rápidamente después de mostrar el reencuentro y negándose a hacer mención a Prima Nova, el destino de la civilización o, menos todavía, a intentar cerrar el relato con alguna suerte de gran lección; todo lo que hay es un abrazo que tardó toda una película en llegar.