Sujeto y predicado
Pasarán más de mil años, muchos más, pero el mundo fue y será una porquería.
Algún apocalipsis hizo imposible la vida en el planeta Tierra, pero la institución militar goza de buena salud. Da bastante miedo pensar en un futuro tan lejano que solo conserva lo más rancio de la humanidad. La tecnología ha avanzado mucho, la idea de familia parece que no.
Un padre obligado a convivir con su conflictivo hijo adolescente, y viceversa, eso es casi todo lo que pasa. Will Smith hace muy bien de Will Smith y compone a un héroe curtido e insensible pero, claro, en el fondo bueno. Su hijo en la historia y en la vida real, verdadero protagonista, se esfuerza por llevar la escasa trama hacia algún lado. Un accidente los deja a ambos varados, justamente, en este mundo ahora hostil pero alguna vez idílico que tan groseramente se vuelve espejo de esa tensa relación.
M. Night Shyamalan hizo saltar la banca con su primer película, Sexto Sentido, para entrar en una pendiente creativa con varias escalas que derivó en el fracaso mayúsculo de El último maestro del aire. Aquí se nota su oficio para el suspenso pero también su pereza para desarrollar más a fondo la historia y, sobre todo, los personajes, que nunca van más allá de lo esquemático.
Hace un par de décadas los videojuegos consistían en un único camino que el personaje principal debía seguir, todo pasaba por salir del punto A para llegar al B, con previsibles obstáculos en el medio. El cine en cambio mostraba todo su espesor y los primeros intentos de adaptar un simple juego al lenguaje cinemátográfico más complejo naufragaron en su propia inconsistencia. Hoy la fórmula de ha invertido por completo. Algunos juegos se han convertido en un abanico infinito de posibilidades y el cine de entretenimiento muestra historias de un único, elemental, camino.
Después de la Tierra es el ejemplo perfecto de esta tendencia y termina agobiada por el peso de su determinismo y, peor aún, de su afán por dar un mensaje. Un intento demasiado sujeto, demasiado predicado.