Los caprichos de los actores son una cuestión siempre extraña. Digamos que, al menos, nos revelan una faceta de ellos con la que no esperábamos toparnos; más aún cuando se trata de superestrellas. Si yo les dijera que la historia de “Después de la Tierra” es una idea de Will Smith, ¿me creerían?. Es algo así. En algún lugar del universo en el que ya la Tierra no es habitable, convive un escuadrón de humanos preparados para combatir a toda fuerza entrenada para matar hombres. Estos “comandos” obtienen su mayor rango luego de un arduo trabajo como cadetes que requiere de mucha práctica. ¿El mejor de todos los soldados? Cypher Raige (Will Smith), el primer hombre que logró “fantasmear” (no recuerdo que la palabra sea exactamente esa, pero la traducción de “ghosting” es demasiado tentadora en términos argentinos así que dejémosla así) y que hoy es jefe de varias divisiones. Mientras tanto, quien se prepara para ser comando, es su hijo Kitai (Jaden Smith). Padre e hijo, que no tienen buena relación, viajarán a una misión para generar un vínculo; todo saldrá mal y del niño dependerá que puedan volver a casa.
Arriba no están escritos todos los términos técnicos que corresponden al mundo que presenta la película. Hay más, pero el centro de la historia no se encuentra allí y a la vez es cierto que todo aburre. Aburre la introducción de la película, desde el relato en off hasta los escenarios que van apareciendo. Sorprende que a Will Smith se le ocurra algo que se instala en el futuro pero que es una operación antigua y parece más un juego de nenes. Casas con adornos ridículos por doquier, trajes de velcro ajustados, libros que se abren y cierran como cañoncitos de queso, cinturones de seguridad que son todo un ritual, naves espaciales con botones por todos lados, controlados por jóvenes que no parecen entender de qué se trata. Y de nuevo el vocabulario. Nada es chiste. “Después de la Tierra” se toma tan en serio el extremo detalle de su universo ridículo que por un segundo “Avatar” arremete en el recuerdo como obra maestra.
Y no es sólo eso. El conflicto emocional de la película, amarrado con veinte sogas a un único hecho, es tan elemental como escuchar a Vin Diesel decir que “nunca se abandona a la familia”. Y no ayuda para nada que la conexión entre padre e hijo sea nula desde lo físico. Si hay algo que me molesta del tratamiento de las relaciones en la película, por más fríos que puedan ser los personajes, es que se pone toda la fuerza emotiva en el diálogo. El reproche, la culpa y la decepción, la superación de una herida…todo está explicitado en la palabra y los personajes no se miran (nuevamente, el “Te veo” –“I see you”- de “Avatar” aparece como una acertada decisión). No se sienten. Y no plantearía esto si “Después de la Tierra” no hiciese tanto foco en este lugar, pero una vez que el pequeño comienza su aventura, toda charla es un paso más hacia la reconciliación tan anhelada.
Por suerte, Will Smith es un tipo inteligente aunque se le pueda ocurrir una historia así. Nunca se pone por encima del material y le otorga entereza a lo que está a punto de volverse patético. Ya lo demostró en “Seven Pounds” y en “The Pursuit of Happyness”; un combo de films que caminaban una línea muy fina, al borde de un dramatismo imposible. El tipo es demasiado inteligente para ser patético. Su hijo es otra cosa. El niño tierno de rulitos se convirtió en hombrecillo y le falta densidad, carácter. Por créditos y por tiempo en pantalla, Jaden es el protagonista absoluto de “Después de la Tierra”. No pocas veces su personaje patalea y grita. Sucede que el grito de un nene no es el mismo que el de un adulto, y esa es una transición que en el cine es pocas veces exitosa. Es muy fuerte la imagen de un grito de Anna Paquin en “The Piano” (1993) y otro grito en “Margaret” (2012). Allí se condensa el camino que no pudieron recorrer tantos niños talentosos que Hollywood se comió crudos. Esperemos que el hijo de Smith pueda pisar más fuerte.
Para conectar los hilos hacia el mandamás, debemos recordar que Haley Joel Osment nunca logró del todo la transición. Sin embargo, en “Sexto Sentido” M. Night Shyamalan logró que su cara fuera la verdadera expresión del miedo. Lo que quiero decir es que aunque haya pasado el tiempo, y aunque en ocasiones no consiguió los mejores resultados, Shyamalan es un director que siempre supo manejar el miedo. Y no hablo de terror, y de monstruos y oscuridad. Hablo de un momento de duda, de sentir por un segundo que las cosas son o van a ser de cierta forma que no podremos controlar del todo. Que hay un resultado inevitable. Estaba en “El protegido”, en “Señales” y en “The Happening” que también estaba buena. Y la idea está acá, cada vez que la inmensidad de la naturaleza le gana al protagonista o por ejemplo en escenas como la de la aparición de la hermana hablándole al oído, que resultan en monstruosidades válidas pues son producto del miedo en este sentido.
Es lógico que esto no sea prioritario. Que en medio de los criterios de una superproducción, y ante los caprichos de una superestrella, el desarrollo de este elemento quede a medio camino. El videojuego va a estar bueno.