Uno de los grandes misterios del cine contemporáneo es qué pasó con M. Night Shyamalan. Después de dos films excelentes como Sexto Sentido y El Protegido -el último, una obra maestra-, su carrera entró en la diletancia primero (con Señales y la subvalorada La Aldea) y la disolución después. Este film, vehículo para Will Smith y, sobre todo, su hijo Jaden, es la historia de este último viviendo aventuras de náufrago en planeta salvaje para conquistar el amor de papá. Todo es mecánico, desganado; en algún momento recuerda a Una aventura extraordinaria (film que Shyamalan casi dirige) y en otros cae en la filosofía barata y los zapatos de goma. El director pretende encontrarle vuelo filosófico y cuando lo hace, descuida la pura aventura física, lo único que justifica el asunto. No está “mal filmada”, simplemente parece hecha a desgano y con tristeza, como si el realizador se sintiese un esclavo de los productores y de la egolatría de sus protagonistas.