EL CASO SHYAMALAN, MÁS TRISTE QUE ENIGMÁTICO
Shyamalan: escupido por la crítica, indiferenciado por el público, orinado por los perros, insultado por la familia Smith. Caso desconsolador. Un indio que envejece, dejando fermentar sus celuloides. Un director reincidiendo en pésimas jugadas, desaprovechando oportunidades para lucir un estilo al menos interesante, donde la cursilería podía combinarse desprejuiciadamente con los fueras de campo, usados en pequeña escala para lograr escenas de buen suspenso y en gran escala para que sus guiones se tuerzan a último momento. Destreza que se sostuvo con resultados hasta La Aldea. Desde La Dama en el Agua, algún bicho kármico se le metió en los intestinos y le comió la inteligencia. Tuvo una lucha digna con El Fin de Los Tiempos, película divertida e irresponsable, pero arruinada por una guarangada ecologista que avergonzaría a un directivo de Greenpeace. Lo que siguió, El Último Maestro del Aire, aburrió a un monasterio budista, y Después de la Tierra padece una agonía entre las capacidades narrativas de Shyamalan y un andamiaje mainstream que no le encaja bajo ningún punto de vista.