Prueba iniciática (a la Cienciología)
Una modesta aventura de ciencia-ficción, elemental en su dramaturgia, pero narrada con la eficacia del realizador de Sexto sentido.
Pocas producciones de Hollywood de los últimos años deben haber sido más vilipendiadas por la crítica e ignoradas por el público estadounidense que Después de la Tierra, la nueva película de M. Night Shyamalan, un realizador que en poco más de una década –el lapso que va de Sexto sentido (1999) a El último maestro del aire (2010)– pasó de ser un talismán para la boletería y director estrella (“auteur” llegaron a calificarlo los despistados Cahiers du Cinéma de hoy) a una suerte de anatema, nombre maldito si los hay tanto para los mercaderes de la industria como para la intelectualidad de la crítica.
Las acusaciones –algunas muy fundadas– que llovieron sobre Después de la Tierra como mero vehículo de propaganda de la Cienciología no hicieron sino agravar el caso. Vista aquí, lejos de esas polémicas, After Earth se presenta sin embargo como una modesta aventura de ciencia-ficción, una suerte de relato de iniciación para preadolescentes (varones), elemental en su dramaturgia, pero narrado con la eficacia que en su momento hizo de Shyamalan un director estimable, más por sus dotes para la puesta en escena que por sus confusas ideas siempre cercanas a lo religioso–sobrenatural.
Basado en un argumento de su protagonista y coproductor Will Smith (quien nunca se pronunció públicamente sobre su apoyo a la Cienciología, pero que habría contribuido a la secta con importantes donaciones), Después de la Tierra arranca, curiosamente, un poco como la reciente Oblivion, el tiempo del olvido, la película protagonizada por Tom Cruise, el más famoso adherente a la Cienciología. En un futuro lejano, la raza humana sobrevive lejos del planeta Tierra, ahora inhabitable y dominado por unos seres tan gigantes como monstruosos. Sin embargo, caprichos del guión, allí se produce el violento aterrizaje de emergencia de la nave del general Cypher Raige (Will Smith). Gravemente herido, al general no le queda más remedio que refugiarse en los restos del vehículo y enviar a Kitai, su hijo adolescente (Jaden Smith, hijo de Will en la vida real), en busca del transmisor con el que será posible pedir ayuda. Pero la atmósfera de la Tierra ya no es totalmente respirable y en esos cien kilómetros que deberá recorrer el muchacho hay todo tipo de riesgos, desde los extraterrestres hostiles –que huelen el miedo de sus presas– hasta selvas impenetrables y animales salvajes. No significa adelantar demasiado decir que ésta será una prueba iniciática para el chico, no tanto como el soldado al que aspiraba a ser sino especialmente como el hijo en busca de la aprobación de su estrictísimo padre.
Sintética y compacta (dura 100 minutos, casi un cortometraje para los estándares del Hollywood de hoy), After Earth tiene sus mejores momentos en la ardua travesía de Kitai, que el director matiza con esas tácitas amenazas provenientes del “fuera de campo” cinematográfico que siempre fueron la marca de fábrica de Shyamalan. Los peores tramos son claramente aquellos en los que el padre adoctrina a su hijo con máximas tales como “el peligro es real, pero el miedo es una invención de nuestra mente”. Will Smith nunca se caracterizó precisamente por ser un buen actor y declamando la doctrina de L. Ron Hubbard parece apenas un mal predicador.