Pequeñas heridas
Las últimas películas de Hirokazu Kore-eda son delicados dramas familiares que muestran las tensiones entre la tradición y la modernidad, entre el respeto a los vínculos sagrados y los deseos de independencia y libertad. En Después de la tormenta, el cineasta compone con pequeñas pinceladas, sin recurrir al sentimentalismo, el retrato de un padre perdedor abrumado por las circunstancias. El protagonista es un escritor venido a menos que trabaja con un desapego cínico en una agencia de detectives, mientras hace lo imposible para recuperar el afecto de su ex pareja y mantener la complicidad con el hijo que comparten entre ambos. La puesta en escena depurada, apenas encendida por una música discreta, nunca subraya la carga emotiva. Los planos-secuencia alrededor de la mesa familiar no buscan el virtuosismo, sino que se detienen en los detalles sutiles que alimentan un naturalismo deliciosamente auténtico. La narración sobria encuentra, en sus mejores momentos, la gracia de los grandes maestros del cine japonés como Ozu y Naruse.
Tiempo y espacio
La película se apropia del espacio: la pobre ciudad de suburbio donde transcurre la mayor parte de la historia es recorrida prestando atención a ciertos ángulos de los edificios en bloque y sobre todo a la plaza construida alrededor de un gran tobogán en forma de pulpo. La cámara capta los modestos interiores con una luz suave y clara. Por otro lado, el notable trabajo sobre el tiempo invita a interrogarse sobre lo que significa un duelo, vivir el presente y superar las historias de amor. La presentación de varias generaciones bajo un mismo techo y el regreso del héroe al departamento de su infancia destilan una dulce melancolía. La percepción de los ciclos del tiempo trasciende la película. La presencia recurrente de Hiroshi Abe y Kirin Kiki como intérpretes teje una relación entre las películas de Kore-eda y extiende la sensación del paso del tiempo a toda la obra del cineasta. Hirokazu Kore-eda hace películas intimistas, contenidas y frágiles, que nos dejan una marca furtiva, una pequeña herida que se queda en nosotros para siempre.