Dramática pintura familiar con un sutil tratamiento estético
Redimirse de los errores cometidos, curar las heridas del pasado, intentar cambiar algunas cosas, aunque en varios de los aspectos más importantes de la vida decide continuar sin cambios, se encuentra inmerso dentro de ese panorama sombrío en el que, en algún momento, parece colarse un destello de luz, Ryota (Hiroshi Abe) navega sin un rumbo fijo continuamente.
El protagonista podría tener todo para sentirse realizado y feliz, pero se auto boicotea. Está separado de Kyoko (Yoko Maki) y tiene un hijo de 11 años llamado Shingo (Taiyô Yoshizawa) que es su debilidad, pero puede verlo sólo una vez por mes.
Además, trabaja de detective privado junto a un compañero siguiendo casos de infidelidades, y lo hace sólo por la plata. Porque realmente él es un escritor que hace 15 años publicó una novela exitosa y premiada por la crítica, pero no continuó por esa senda con excusas varias para no seguir escribiendo.
Otra de sus debilidades, tal vez la más importante de todas, que no le permite salir a la superficie es su adicción a las apuestas, en su condición de jugador compulsivo, paryticularmente a las carreras y a la lotería herencia hereditaria de su padre, pese a que estaba enemistado con él. La tradición pudo más y eso hace que se sienta perdido en un laberinto del que no puede salir. Siempre está endeudado, no puede estar al día con la cuota alimentaria de su hijo, ni puede ayudar económicamente a su madre Yoshiko (Kirin Kiki), la conciliadora de la familia y su sostén en más de una forma.
Con todos estos elementos el director Hirokazu Kareeda traza la pintura de una familia japonesa disgregada, cuyo punto de contacto es la madre, una anciana que vive sola pero con gran energía que no se la puede contagiar a sus hijos.
Si este núcleo familiar está en permanente ebullición, afuera, la ciudad está azotada por tifones, que son tan típicos durante el verano. Este relato en paralelo mantiene la tensión constante porque no se sabe si la tormenta los va a afectar de alguna manera, o con lo que tienen ellos, es suficiente.
La historia logra momentos de gran profundidad dramática, con pequeñas dosis de humor que suavizan la narración. En los momentos que Ryota está trabajando, los diálogos y las acciones tienen un ritmo más elevado que cuando está con su familia, donde las relaciones y las conversaciones logran una cadencia mucho más tranquila, son más intimistas y melodramáticas.
Generalmente cuando se presentan oportunidades, como las que tiene el protagonista, y no las sabe aprovechar, el responsable es uno mismo por no tener la capacidad o la voluntad de corregirlo, y dejar de lado ciertas acciones y actitudes que no lo dejan salir del pantano en el que se encuentra atrapado.