Después de la tormenta, de Hirokazu Koreeda
Por SIlvina Rival
En 1994 los espectadores salían azorados del estreno de Viva el amor, el film en el que Tsai Ming-liang exhibía más que la viveza del enamoramiento, su decadencia, hastío, desilusión. Esto, más los restantes sinónimos que al lector se le presente y que sean socialmente condenados al ser vinculados con lo afectivo. La genialidad -sí, porque Tsai Ming-liang lo tiene casi todo- radicaba en la ocurrencia del título, la paradoja de la incomunicación imperante en toda relación amorosa, real o potencial. No importa la tristeza de la escena, la bajeza, la mediocridad de los personajes, poco importa tampoco que lo que se exhibe no representa el grito del amor al que apela el título del film. ¿Realmente no importa? Eso nos preguntábamos hace más de 20 años a la salida de la sala. ¿Por qué nos miente Tsai Ming-liang? Lo cierto es que la película no mentía, solo narraba la paradoja, exhibía la necesidad de la existencia de la ilusión de que el amor arrasará con todas las penas o que estas son un preámbulo a su llegada. Era un “viva el amor” en potencia e irreal, pero no por ello ausente del todo. ¿Acaso la representación de la desilusión no tiene sentido solo en la confrontación de la existencia de una eventual ilusión que se siempre puede corporizarse?
Alguien podría decir que esta lectura es demasiado compleja, que el film dice ser una cosa y después muestra otra, al igual que acontece en Después de la tormenta. Pero, podríamos atrevernos a decir que el que pretende una lectura llana de una ficción, de seguro evitará ir al cine a ver esta película.
Hirokazu Koreeda, parece haber entendido la clave de Viva el amor hace rato. El entendimiento no transforma su trabajo en algo genial, pero esa claridad lo posiciona como un excelente realizador. Por todo lo expresado, es claro que la atención está puesta más en el “después de” que en la “tormenta” que se avecina.
Su personaje central Ryota, representa de manera acertada lo que se comprende como fracaso. Ryota se emparenta más con esa figura que con la del mediocre en tanto ha dejado morir su prometedora carrera de escritor, luego de haber sido premiado hace catorce años con su ópera prima. Sus pocos recursos, que obtiene trabajando como detective privado en una agencia -de qué puede trabajar un fracasado sino de tomar registros del derrumbe de la vida de otros-, los regala apostando en las carreras, en las máquinas tragamonedas o comprando billetes de lotería. Esto lo lleva a no poder sostener la cuota alimentaria de su hijo y endeudarse con su ex esposa Kyoko, de la cual obviamente nunca quiso separarse. Ryota no es mediocre sino que invierte toda su energía en fracasar y es bastante eficiente en lograr ese objetivo. Pero al igual que en Viva el amor, los deseos no son tan monocromáticos. Ryota hace de su fracaso el potencial peldaño de la buena suerte, como todo ludópata por cierto. Mientras tanto, todos esperan que el famoso tifón anunciado por el servicio meteorológico haga su aparición. El efecto del título de la película tal vez difiera un poco en relación a la provocación de Tsai Ming-liang, pero algo de su enseñanza persiste. Mientras que el director chino apela a metáforas que siempre tienen un efecto más parecido al trabajo de una motosierra, el japonés conserva la intimidad y pureza de la escena tal como se viene trabajando desde Ozu. Ambos realizadores contemporáneos apelan a la paradoja a pesar de que el estilo gráfico y narrativo de sus metáforas los alejan, y por otro lado, no hay duda de que ambos son realizadores que enseñan al espectador a ver. Pedagogía de la imagen, pedagogía de la mirada: una vez más la persistencia del cine moderno se cuela en el cine oriental para volver luego a Occidente por la puerta grande de Cannes.
DESPUÉS DE LA TORMENTA
After the Storm, Japón, 2016.
Dirección, guión y montaje: Hirokazu Koreeda. Producción: Patrick Roy. Fotografía: Yutaka Yamazaki. Música: Hanaregumi. Intérpretes: HIroshi Abe,Kirin Kiki, Yôko Maki, Lily Franky , Isao Hashizume, Sôsuke Ikematsu, Satomi Kobayashi, Taiyô Yoshizawa. Duración: 117 minutos.