No soy yo, somos los dos
Bérénice Bejo es la mujer separada que no puede sacarse a su ex de la casa en un drama que termina cansando.
La historia de una ruptura en una relación de pareja es algo que, en materia cinematográfica, no sólo no es nuevo sino que con el paso de los años y de los filmes la resolución de las tramas suelen tener dos vías: la reconciliación –la mayoría de las veces: para muchos productores la gente paga una entrada para pasarla bien, identificarse y salir mejor de lo que entró a la sala- o la hostilidad sin fin.
Después de nosotros es un filme que podría ser una obra de teatro, así como hay ciclos de TV que parecen programas de radio. Casi todo sucede en el ámbito del hogar de Marie (la francoargentina Bérénice Bejo) y Boris (Cédric Kahn). O habría que decir casa, que no es lo mismo que hogar.
La pareja está recientemente distanciada, pero vive bajo un mismo techo por una cuestión económica. Ella es de familia rica, pero con problemas financieros, él es un arquitecto sin trabajo. Cada vez que abren la boca, delante o no de sus dos niñas pequeñas, lo hacen para recriminarse. Que cuándo te vas, que no vengas cuando yo estoy, que la casa la compré yo, sí, pero el que la refaccioné fui yo, y así hasta el infinito, y no más allá.
Al director belga Joachim Lafosse (Propiedad privada, con Isabelle Huppert, otra sobre madre divorciada) no le interesa el motivo de la separación, sino ver cómo se mueven los personajes centrales. Y, la verdad, parecen dos trastornados.
Cada uno es distinto, así como las relaciones de pareja lo son, pero lo que no logran estos personajes ni esta historia es atrapar pasado el primer acto, los 20 minutos iniciales. Cuando la reiteración es a la enésima potencia y hasta los tics de los actores se repiten, el espectador termina haciendo lo que los protagonistas. Separarse, en su caso, del filme.