El Sarmiento después de Sarmiento
Hay películas que dudan y también las hay que dan todo por sentado; a veces no todo, pero varias cosas, tal vez más de las aconsejables. Pero incluso en casos semejantes, cuando una película es buena, hay casi siempre flotando en ella un aire de incompletud, de argamasa no del todo terminada, como si el motor que echa a andar las imágenes fuera la convicción de que el cine no tiene en realidad razones universales, perfectamente reticuladas y comunicables, sino interrogantes no siempre bien formulados, titubeos, la respiración cortada de aquel que no sabe, el que no cuenta con algo específico para ofrecer sino solo, si tiene suerte, algo para encontrarse, como una especie rara de verdad parcial: esbozos, parpadeos, intuiciones. Después de Sarmiento pertenece a la segunda categoría, esa fuente fértil en la que abreva una buena porción del cine que importa algo; películas que encuentran cosas que les salen al paso, a veces a su pesar: claroscuros, iluminaciones incompletas. Hay que admitir de entrada que el título de la película suena un poco descorazonador. Su tema, no se necesita insistir mucho en ello, es la educación. Su escenario es la escuela N° 2 Domingo Faustino Sarmiento, institución pública fundada a fines del siglo diecinueve enclavada en pleno barrio de Recoleta. ¿La idea de que nos encontramos “después” de Sarmiento significa que ya no estamos habitando en absoluto el territorio mental de Sarmiento, no vivimos en sus ideales, en el diagrama ideológico acerca de cómo y con qué herramientas se construye una modernidad posible para la Argentina? Algo de eso hay. Un dispensario de planos precisos, cautelosamente refinados, exentos de comentarios o indicaciones de ningún tipo, se encargan de sumergir al espectador en la actividad diaria del colegio de marras al que asisten mayormente chicos provenientes de la Villa 31 y de otros barrios de clases apenas un poco más acomodadas. El tono de observación desapegada de esta película singular parece por momentos planear sobre los rostros de los alumnos y los profesores, como si se tratara de descubrir un enigma acerca del cual las mejores preguntas no han sido todavía debidamente enunciadas. ¿A dónde irán esos chicos? ¿En qué se convertirán sus vidas? ¿Cómo harán para constituirse, si acaso lo logran, en sujetos de ciudadanía plena, ahora que aun parecen estar a tiempo? El breve asunto de la dificultad para organizar el centro de estudiantes que encuentra enfrentados a los alumnos del turno mañana con los del turno tarde no desplaza del todo el halo conmovedor con el que surgen naturalmente esas preguntas acuciantes. Después de Sarmiento se demora con todo el tiempo del mundo, incluso amorosamente, en fragmentos de clases, reuniones entre la directora y las maestras, actos escolares. El registro de la visita de algunos ex alumnos de cartel pertenecientes a distintas generaciones, entre ellos Albino Gómez y Antonella Costa, es una curiosidad de pedigrí que sirve para airear moderadamente el relato acerca de las vicisitudes en las aulas de esos chicos en sus años formativos fundamentales. El director se ha impuesto en casi todo momento que las escenas transcurran dentro de la escuela. No hay tampoco –salvo alguna pincelada mínima, coma la del chico que al terminar el primer año se despide de sus compañeros porque vuelve a su provincia– historias individuales recortadas del flujo narrativo que ofrezcan una construcción dramática diferenciada. En ese sentido, Escuela Normal, la gran película de Celina Murga –que curiosamente tomaba como centro la primera escuela fundada por el propio Sarmiento en la ciudad de Paraná– de la cual Después de Sarmiento podría ser algo así como una hermana menor, parece llevar una leve ventaja en contundencia emocional y en la elegancia en su estructura. La falta de una narración fuerte en la película de Márquez no afecta sin embargo la elocuencia con la que un conjunto de ideas centrales se cuelan en los intersticios de esas secuencias montadas siempre con espíritu austero y rigurosidad expositiva. La principal de esas ideas podría ser la pregunta acerca de la igualdad: ¿cómo producir un efecto igualador capaz de garantizar un piso común de oportunidades en alumnos cuyas condiciones de vida fuera de la escuela los predispone desfavorablemente a recibir los beneficios de la enseñanza? Por momentos, la película exhibe ráfagas de una desesperanza radical. ¿Qué hace la escuela después de Sarmiento, es decir, cómo se las arregla con la aparición de problemas impensados, que desbordan largamente los asuntos relacionados con la currícula o incluso con los métodos de instrucción? La constatación diaria de un país degradado incluso en el territorio inestable de los sueños perdidos, aquellos que, con todas las prevenciones del caso, forjaron alguna vez una idea de progreso para la Argentina, tiene sus replicas más bien desencantadas en el modo en el que los conceptos de contención reemplazan tal vez de modo sumario a los de igualdad y los de inclusión a los de libertad y autonomía ciudadana. Mientras tanto, la sombra de las acciones políticas concretas que operan fuera de los claustros, ese magma ignominioso al que parecen aludir las escenas de los chicos que, ante la cara de desazón de la profesora, olvidan de inmediato lo que se les acaba de leer o trastabillan en la lectura de un texto simple, constituye una suerte de fuera de campo para esta película cuya esencial discreción no alcanza a resguardarla de una ineludible inflexión lúgubre.