Tiza y pizarrón
Es un interesante retrato de lo que sucede en las aulas de un colegio público secundario porteño.
En Entre los muros (2008), Laurent Cantet recreó la novela en la que François Bégaudeau contaba su experiencia como docente en una escuela parisina de enseñanza media. Salvando las distancias, Después de Sarmiento podría considerarse la versión argentina, con la diferencia de que en este caso se trata de un documental de observación. Sin voces en off ni entrevistas, la cámara de Francisco Márquez retrata lo que sucede dentro de las aulas de un colegio secundario público porteño, ese mundillo tan mentado y tan poco transitado por las personas ajenas a la comunidad educativa.
Como tantos otros colegios, el Domingo Faustino Sarmiento fue alguna vez uno de los símbolos de esa educación pública argentina que integraba a alumnos de clases sociales y orígenes diversos. Con la migración de las clases pudientes hacia la educación privada, hoy el Sarmiento, ubicado en Recoleta, recibe a chicos de clase media baja y trabajadora, muchos de ellos habitantes de la Villa 31 de Retiro. Con un ritmo narrativo con altibajos, la película muestra principalmente dos conflictos: la división social entre los turnos mañana y tarde, que logran acordar en la formación de un centro de estudiantes; y las dificultades de los docentes para interesar a los adolescentes en las materias.
Los diálogos entre alumnos y docentes son reveladores y ponen en cuestión la utilidad de la educación secundaria, por lo menos como está planteada actualmente (“en cinco años no me dejó nada”, dice una chica). No queda más que admirar a esos predicadores en el desierto que son los docentes (aun los que parecen personajes de Gasalla) y compadecerse de esos alumnos que vienen de hogares precarios y se enfrentan a conocimientos áridos. Si el colegio es un reflejo de la sociedad a pequeña escala, hay que concluir que la apatía va ganando, pero todavía existe una esperanzadora voluntad de cambio.