Ausente con aviso
El registro observacional de Después de Sarmiento (2015) por un lado enriquece y por otro condiciona el sentido final de este documental del director Francisco Márquez. Al comenzar, la desestabilización se hace carne en el espectador al irrumpir en un acto escolar la versión cumbia del Himno a Sarmiento. El rostro de aquellos que tienen a su cargo la bandera y la escolta, entre sorprendidos y contentos, deja abierto el interrogante sobre lo que se denomina inclusión.
Sin embargo, el director, fiel a su idea de observador y no interventor de los fenómenos que registra una cámara atenta a los momentos importantes, no ensaya respuestas ni bajadas de línea discursiva en off o a partir de la selección de entrevistas a cámara.
Sencillamente, forma parte como testigo de los diferentes debates que aparecen como inquietud en algunos alumnos del colegio Domingo Faustino Sarmiento, ubicado en el barrio de Recoleta y en el que a partir de 2006, en que se sancionó la Ley de obligatoriedad en el secundario, comenzaron a coexistir diferentes clases sociales, un desafío más que interesante para la rectora del establecimiento Roxana Levinsky, además docente de Literatura.
Para ella, protagonista absoluta del documental junto a los alumnos, el paradigma de la educación más allá de la disputa conceptual entre escuela vieja y escuela nueva, debe incorporar al proceso transformador a los excluidos, y muchos de sus alumnos representan ese dilema, que pone en jaque cualquier intento transformador de cara al futuro.
Las realidades que se atraviesan, se yuxtaponen durante las clases hablan a las claras de una problemática social compleja y que requiere cambios profundos de políticas y programas integrales, desde un estado que aún refleja su ausencia.
En ese sentido, la pregunta sobre la contención más que otra cosa ubica a la escuela en un espacio en el que es evidente el cortocircuito entre lo que debería ser y lo que realmente es.
Después de Sarmiento (2015) comparte la intimidad de un proceso de aprendizaje, no estrictamente en términos educativos, sino como un intento de reflexión y amplitud de criterio para pensar y encontrar desde el lenguaje y la imaginación las herramientas para elaborar un pensamiento propio, que muchas veces se ve coartado por el escaso nivel de comprensión y atención en las clases, entre otros factores que se suman a cada realidad por separado, pero que afectan al conjunto del estudiantado.
Ahora bien, la toma de posición del director para lograr la naturalidad y no interferir en las acciones por momentos lo vuelve rehén de la inercia de los propios alumnos; lo envuelven en la falta de riqueza en los debates que, en términos del documental, funciona como diagnóstico o indicio, pero narrativamente hablando necesita de una complementación a partir de las imágenes que no llega.
Sin entrar en comparaciones -no es ese el objeto de este análisis- Escuela Normal (2012), de Celina Murga también se introduce en el ámbito de un colegio secundario y deja fluir la acción desde el registro observacional de los debates y conflictos entre alumnos y docentes, pero logra escapar de ese corsé retórico para, desde la enunciación, dejar sembrada la reflexión mediante el montaje y la edición.