La realizadora brasileña María Clara Escobar propone al espectador una película basada en la dialéctica entre lo onírico y lo documental -ciertos testimonios a cámara recuerdan pasajes del cine del maestro Eduardo Countinho-. Con esos recursos y una atmósfera extrañada intenta contar vacíos, soledades, tristezas y melancolías de la vida cotidiana. Laura, y su esposo Israel, y su hijo Lucas, son una pequeña familia de rutinas y palabras dichas sin demasiado espesor. Laura viaja sorpresivamente y muere, sin motivo aparente, en algún paraje de Argentina. Israel deberá buscar su cuerpo y enfrentarse a los trámites y al no saber por qué, ni cuándo, ni cómo pasó; ni saber si la muerte de su esposa resume, de otra forma, el vacío de la vida urbana y burocráticamente capitalista.
Difícilmente Desterro pueda ser considerada más allá de algunas intenciones formales que, con el correr del metraje parecen solo buenas búsquedas sin otra consistencia que su acumulación y repetición. Dividida en tres partes, la primera cuenta la vida cotidiana familiar y anticipa, en planos simples y logrados, un destino fantástico, salido de la realidad, perdido en un tiempo-espacio desnaturalizado. Allí aparecen también registros exteriores a la vida familiar: conversaciones entre personajes desconocidos, miradas a cámara en silencio, relatos de historias íntimas. Todo ello se repetirá convirtiéndose, en muchos momentos, en manifiestos obvios e innecesarios.
Escobar elige durante dos horas planos fijos, sin ángulos, con bajo contraste y casi sin saturación. Logra momentos intensos y cargados afectiva y simbólicamente, pero los mismos no son sino mojones en una película que no agrega nada interesante en la mayoría de sus escenas. El clima, que efectivamente se constituye en la película, no es asfixiante ni envuelve al espectador. Es apenas un murmullo, una suerte de mantra visual que, al poco tiempo de rodar, se agota.
DESTERRO
Desterro. Brasil/Portugal/Argentina, 2020.
Dirección: Maria Clara Escobar. Intérpretes: Carla Kinzo, Otto Jr., Rômulo Braga y David Lobo. Duración: 127 minutos.