El horror, según pasan los tiempos
Veterano artesano de la industria (sobre todo en Venezuela y Argentina), Juan Dickinson dirigió una película que vincula -de manera poco convincente- los horrores del pasado (la represión durante la última dictadura militar) con los presente (la trata de personas).
Lo mejor del film (más allá de las buenas intenciones que guiaron a todo el proyecto) tiene que ver con la actuación del protagonista Luis Machín, que interpreta a Pocho, un conductor cincuentón de micros de larga distancia que cubre las rutas del norte del país. En sus distintos viajes (generalmente acompañado por otro chofer llamado Olivo que encarna Manuel Vicente) este hombre tímido, solitario, obsesivo y metódico conoce a Clarita (Celeste Gerez), una atractiva moza de un parador.
Cuando la joven desaparece ante la indiferencia generalizada, Pocho sale de su encierro interior y empieza a buscarla en pueblos chicos con infiernos grandes. En su travesía no tardará en descubrir que casi todo el mundo está ligado de una u otra forma a actividades ilícitas.
El film maneja durante la primera mitad un medio tono acertado que le permite describir la psicología del personaje principal, el contexto en el que se desarrolla la historia y el conflicto central. Sin embargo, esa solidez se derrumba en la segunda parte, cuando Dickinson intenta imprimirle tensión y acción a la trama, mientras amplifica de manera muy obvia y subrayada los paralelismos entre los represores de ayer y los abusadores de hoy. Una pena porque Destino anunciado luce prolija, tiene buenos intérpretes y merecía un desenlace más convincente.